Felices porque Podemos ha incorporado los artículos de higiene femenina al paquete de los que se beneficiarán del IVA superreducido en la próxima reforma fiscal, nos enfrentamos a la mayor subida de la luz de la historia de España. Nos preparan, por si no es suficiente, para incrementos aún mayores y nos explican, esta vez, que no ha hecho viento, que Francia no sé qué ha hecho con la energía que nos vende, que las lluvias han molado pero no tanto, que el mercado de futuros (¡el mercado de futuros!) había cotizado muy altos los precios para la temporada, que la tarifa por las emisiones de CO2 está por las nubes (nunca mejor dicho). En suma, que los costes de producción no dejan de subir y que los vaivenes financieros (cuya comprensión está fuera del alcance del común de los mortales) tienen efectos en el recibo eléctrico tan inescrutables como los caminos del Señor.
Pues ¿saben qué? Me cago los mercados de futuros, en las nucleares francesas, en las emisiones de CO2, en Eolo (dios de los vientos) y en la madre que a todos ellos concibió primero y parió seguidamente.
Me niego a escuchar un solo tecnicismo más sobre si voy a poder o no encender la calefacción este invierno. Me importan un huevo las decisiones de la Comisión Nacional de la Energía (hoy integrada en la de los Mercados y la Competencia). Me importa un huevo que Macron nos quiera o no vender la energía que mana de sus centrales nucleares o que las fluctuaciones de los precios de los combustibles fósiles sean imposibles de ponderar por los mercados internos. Un puto huevo. Eso y que sean 7, 70 o 70.000, los golfos que se llenan los bolsillos traficando con el negocio que Aznar les regaló allá por el año 97 al privatizar el sector eléctrico.
Tenemos derecho a que nuestro Gobierno garantice que este año ninguna vieja va a salir ardiendo porque olvidó apagar la vela con la que alumbraba la salita.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.
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