domingo, mayo 12, 2019

Rubalcaba

Con la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba se muere también un poco la vieja política.
Lo cierto es que lo escribo con nostalgia, porque los viejos políticos o han perdido la cabeza (González), o no la tuvieron nunca (Aznar), o se nos están muriendo, y me temo que los nuevos (lista interminable; rellénela usted mismo) han aprendido poco de ellos. O nada.
Mariano Rajoy (al que ya echamos de menos al frente de la vieja derecha, de la nueva ni hablamos) ha publicado en El País un artículo intachable en el que habla de Rubalcaba como uno de los grandes. Y lo fue, sin duda. Uno de los imprescindibles para entender el dibujo de lo que hoy es España.
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Para quién piense que esta España del dibujo es una puta mierda, cabría recordar un tiempo no lejano en el que ETA mataba, las mujeres estaban en la cocina con la pata quebrada, los homosexuales no existían, los procuradores en Cortes llevaban gafas oscuras y tenían bigote, El Estado se dirigía desde Madrid, la represión política estaba consagrada en las Leyes Fundamentales, las cárceles estaban llenas de gente que defendía idearios contrarios al régimen, la vida era en blanco y negro, como la tele, el país estaba aislado de su contexto internacional y las personas estábamos sometidas a un régimen laboral sin sindicatos ni más garantías que el Fuero del Trabajo.
Rubalcaba fue ministro de algunas cosas, presidente de su grupo parlamentario, vicepresidente del Gobierno, secretario general de PSOE, candidato en unas elecciones (2011) que se convocaron ya perdidas. Dejó la vida pública sin hacer ni un ruido, sin buscar una silla en el Consejo de Estado, sin bramar contra quienes pidieron tan injustamente su cabeza. Simplemente volvió a las aulas y se puso a trabajar de lo suyo como si nunca lo hubiera dejado.
En su haber varias grandes cosas: una prácticamente desconocida, que pasó desapercibida para la mayoría: Zapatero gobernó en minoría durante su primera legislatura sin que esto tuviera repercusión ninguna en la acción legislativa; la capacidad negociadora de Rubalcaba, que ocupaba la Presidencia del grupo Socialista, hacia que los asuntos llegaran hemiciclo acordados o con unos o con otros y salían limpiamente aprobados como si de un Gobierno en mayoría hubiera partido la propuesta. La habilidad para llegar a acuerdos, el valor de la palabra dada, el equilibrio entre fuerzas tan distintas, la lealtad al ideario, a las siglas, al Estado, presidieron por aquellos días la actividad parlamentaria. Aquellos tiempos.
Otra, obligatorio citarla, el inmenso trabajo hecho con éxito que culminó en el fin de ETA. La clave de aquella gesta fue la generosidad, el compromiso tácito de no aprovecharlo políticamente y no ‘cantarlo’ como victoria propia. Después, en un ejercicio inmenso de deslealtad, se lo atribuiría el PP, pero en la conciencia colectiva queda el hecho de que fue él, bajo la dirección de José Luis Rodríguez Zapatero y con el impagable trabajo de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, el que, dialogando, trabajando, imaginando, cediendo por algún lado y con la mano firme por algún otro, logró que la banda terrorista dejara de matar.
El último servicio que prestó a España desde puestos de responsabilidad fue contribuir a la normalidad en el proceso de abdicación del Rey viejo (acosado por la corrupción en la familia real y por sus propios errores), en favor del Rey nuevo, para lo que tuvo que retrasar su retiro ya anunciado de la primera línea. Los servicios posteriores, pequeños, cotidianos, los cuentan ahora por la tele sus alumnos de la Facultad: fue el mismo hombre en la política que en el aula, misma pasión, igual inteligencia, idéntica entrega en la disolución de ETA, en el diseño de las políticas públicas de Educación, en la explicación de la tabla periódica.
No sé si con los nuevos instrumentos de hacer política se sabrá mantener el nivel de inteligencia del que Alfredo Pérez Rubalcaba hizo gala en los retos a los que se enfrentó. No me imagino la negociación con ETA vía Twitter, ni el mantenimiento del sentido de Estado necesario para las nuevas formas de gobierno de pactos que ahora se ensayan, a través de Facebook
La nueva política nace con el presente más que confuso, los personajes en prácticas y el futuro completamente incierto. La vieja política se muere con los hombres que la hicieron.
Los de ahora lo tienen aún por demostrar. Ellos hicieron lo que hay hasta aquí.
Juzgue usted si bueno o malo.
El caso es que Alfredo Pérez Rubalcaba ya está muerto.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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