domingo, mayo 26, 2019

Mentiras cochinas

Cuando una persona afirma que en los colegios de una comunidad autónoma cualquiera se incita a la homosexualidad, hay que sugerirle que no diga mentiras porque está muy muy feo.
Si a lo que dice que se incita es a la zoofilia, a esa persona hay que inhabilitarla para el ejercicio de funciones públicas. No lo explico porque es evidente. Y lo evidente no tiene explicación, ni precisa de ella.
Pero sigamos.
Cuando una persona dice que las feministas son como las hermanastras de la Cenicienta (esas que eran muy feas y que todo el rato le decían lo que tenía que hacer), hay que sugerirle que no diga gilipolleces. Pero si lo dice una calcomanía del Manuel de Falla de aquellos billetes de cien, no basta con descojonarse de la risa. Se impone hacerle notar que el argumento no es solo ridículo, sino que pone de manifiesto su verdadera naturaleza de señor feísimo, en la que nadie antes habría reparado. Eso es, simplemente, porque a nadie ofende un señor o una señora fea en política, pero si además de ser feo es tan, tan, tan tonto, la fealdad hace inmediato acto de presencia y te descojonas.
Puede pasar también que una candidata amenace a su audiencia con una foto de Lenin (aquél señor tan malo que abanderó la revolución Bolchevique contra la Rusia de los zares), blandiéndola cual mortífero artefacto con el alegato igualmente mortífero de que hay un concejal-fan del nefasto personaje en un Ayuntamiento de los grandes. Ante ello solo cabe el silencio, si acaso, aliñado con esa mirada de entre ternura y estupefacción que solo según qué alcaldesa es capaz de ensayar.
Así es la cosa.
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Repasar las imbecilidades vertidas durante esta campaña, que van desde la añoranza del atasco madrileño hasta la negación de la violencia machista, daría para varios cientos de festivales del humor, si no fuera porque la cosa tiene maldita la gracia: son los aspirantes al gobierno de gran parte de nuestras instituciones los que las profieren, así que las almas sensibles sufrimos mucho al escucharlas.
Es imposible verter los ríos de tinta necesarios para desmentir tanta atrocidad. No: los docentes de la enseñanza pública no incitan a nuestros hijos a la zoofilia; los atascos no son deseables; el feminismo no consiste exactamente en emular a las hermanastras de las princesas de los cuentos. Es imposible evitar que quienes argumentan con semejantes imbecilidades ocupen las portadas de los periódicos, las primeras de los telediarios, las páginas principales de los digitales.
Y ¿qué hacemos?
Seguramente nada.
Seguramente nada de nada. Porque la gente normal cambia el canal y, los pocos que aplauden estas ocurrencias como los penaltis que pitan al equipo rival, no tienen intención alguna de creerse lo contrario.
Es espectáculo, repentización, divertimento. Lo que no es, es política.
Ande, vamos a votar. No vaya a ser que…
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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