domingo, junio 02, 2019

Hablando solo

Ganadores
Es un clásico de la democracia española y, supongo, de todas las democracias del orbe de la tierra, pero de esas sé menos: Todos hemos ganado las elecciones.
Vamos a hacer el ejercicio inverso: ¿quién las habrá perdido?
Parece que, a todas luces, el gran perdedor es Pablo Iglesias que, abanderando la idea de que unidas podemos, ha perdido representación en todos los territorios, se ha extinguido en algunos y se ha quedado con fuerza testimonial en otros, aunque suficiente para ser determinantes en la conformación de algunos gobiernos de la izquierda, sin ir más lejos el del mismo Estado.
Parecía previsible que las aguas volvieran a su cauce y que la indignación que tan bien supo rentabilizar esta formación se amansara. Así, el partido que se sitúa a la izquierda ideológica del PSOE (antes Izquierda Unida, hoy Unidas Podemos) vuelve a generar ese efecto de vasos comunicantes, de tal forma que el uno sube en la proporción que el otro baja y viceversa.
Autocrítica… no. No es su estilo. Aunque su cargo está ‘a disposición de las inscritas y los inscritos’ (no sabemos a través de qué procedimientos) él no tiene por qué irse a ningún sitio que no sea el Gobierno de España, que es donde le corresponde estar según su única pero pertinaz opinión.
A lo mejor no ha sido ese Pablo el perdedor. A lo mejor quién las ha perdido ha sido Pablo Casado, el pobre, que fingió una remontada en la noche electoral, abrazado a sus dos alfiles madrileños. Se le saltaban las lágrimas al pobre hijo proclamando la ‘remontada’, ‘el principio de una nueva era’, exhibiendo a sus dos candidatos: al que había perdido en Madrid capital con todo merecimiento, y a la que había perdido en la comunidad autónoma, no con menos motivos. A eso llamamos jugar al despiste. Tan al despiste que, según cuentan las crónicas, ordenó montar el escenario a pie de Génova de prisa y corriendo, en el momento que, avanzado el escrutinio, el ‘pactómetro’ de Ferreras atisbó las posibilidades de gobierno en una y otra institución con acuerdo a tres pistas. El bueno del alcalde de Málaga, que ese sí ha ganado, debía tener un cabreo de oro.
Pablo Casado, el pobre, jugaba a blandir los votos de Ciudadanos y de Vox, con los que sabía que podría contar sin lugar a dudas, seguramente porque ya había decidido bajarle los pantalones al Partido Popular hasta donde fuera necesario para conseguirlos.
En realidad perdió. Pablo Casado hizo que el PP perdiera estrepitosamente las elecciones generales, las europeas, las autonómicas y las locales. E hizo el más espantoso ridículo escenificando esa victoria de mentirijillas en la que algunos necesitaban creer y que él necesitaba que todos creyeran.
Y ¿Ciudadanos? Curioso fenómeno. Con su síndrome agudo de Peter Pan (ese que nunca quería crecer ni, por lo mismo, tomar decisiones), Albert Rivera se las prometía felices. Había dicho de todo (en realidad todos habían dicho de todo). Lo que no había dicho es qué coño pensaba hacer con los votos que sacara. Y lo que no sospechaba es que a él, lo que se dice a él y a su formación, no le iban a servir absolutamente para nada una vez constatado que no alcanzaba, ni de lejos, a su competidor real: al PP.
Rivera ha perdido las elecciones. No va a gobernar en su solo municipio relevante, en ninguna comunidad autónoma. En Europa nadie se quiere sentar en su pupitre, porque se junta con muy malas compañías. En España no se acuerda bien bien si es de izquierdas o de derechas, no sabe decidir si tiene que alinearse con Vox (que es lo que le pide el cuerpo) o con Sánchez. Si le conviene asfixiar a Casado (y puede) no dejándole gobernar en ningún lado ya que el ansiado ‘sorpasso’ ha quedado tan lejos, o comparecer como el gran aliado de la derecha más dura dejando sus vergüenzas al descubierto ante el público del mundo en general y de Europa en particular.
Salomónico, justiciero, apostólico en su lucha contra el Mal, resuelve y anuncia su apoyo a todo varón socialista que se aleje de Belcebú, reniegue de sus obras y camine junto a él por la senda de la pureza del liberalismo económico. Albert Rivera (que tocó el poder con las yemas de los dedos inmediatamente antes de la moción de censura) ha perdido dos cosas: las elecciones y el juicio.
¡Así que nos queda un único ganador! ¿El PSOE? ¡No! ¡Abascal!
Este sí que es un campeón. La técnica de capitalizar el descontento que viene ensayando Iglesias desde hace exactamente cinco años, la ha perfeccionado Vox con una variante más que inteligente: Abascal no capitaliza el descontento coyuntural de las consecuencias de una crisis económica. Abascal revuelve las tripas de su grey capitalizando la podredumbre de los higadillos de cada quién: la amargura crónica de la misoginia, de la xenofobia, de la cristiandad, del franquismo recalcitrante que queda aún enquistado en nuestra sociedad. Es l frustración de la impotencia rabiosa de tantos (y tantos) que ven desvanecerse ante sus ojos esa forma de vida heredera de la Alta Edad Media en la que estaban tan cómodamente instalados.
Es el campeón de campeones. Tanto, que ha decidido que ya no se deja ningunear más como en Andalucía. Que no. Que dice que el que quiera sus votos (y son muchos los que los quieren) que se retrate y se haga la foto negociando (lo innegociable) en la mesa doctrinaria del revivir de las viejas esencias. Y, si no, nada.
Y ¿El PSOE? El PSOE simplemente ha ganado las elecciones. Las generales, las europeas, las autonómicas y las locales. Las cuatro. Pero eso ¿qué importancia tiene?
A usted le parecerá una bobada, pero tanta majadería me tiene toda la semana hablando solo.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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