domingo, junio 16, 2019

Alcaldesas, alcaldes, alcaldías

Más de ocho mil ayuntamientos repartidos por todo el país se constituyeron ayer en España.
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Es una falacia usar a los alcaldes y concejales para engrosar las cifras aparentemente millonarias de cargos públicos que, también supuestamente, sostenemos con nuestros impuestos. La inmensa mayoría de ellos (subrayo, la inmensa mayoría) ejercen sus cargos a título gratuito, compatibilizando su dedicación al servicio público con su oficio habitual, del que no pueden prescindir, bien porque el municipio no tiene recursos para pagar su salario, bien porque saben que el mundo de la política es efímero y que los ciudadanos (los de verdad, los que integran la ciudadanía, no los del partido del mismo nombre) pueden prescindir de ellos apenas cuatro años más tarde y la vuelta al mundo laboral no suele ser fácil.
Es otra falacia (curiosamente muy extendida) afirmar, como tantos afirman, que los alcaldes o los concejales se llevan un porcentaje de todo aquello que contratan. Este porcentaje imaginario varía de acuerdo con la necedad del que sustenta el cuentito y, por los que yo he oído, oscila entre el 3 y el 10%, aunque puede llegar al 20 si el memo que lo profiere no es muy ducho en cuentas públicas. Es, simplemente, mentira.
Denostar el servicio público se convirtió hace ya años en el deporte nacional, seguramente no sin razón. Tan entretenido resulta que los pobres de espíritu se inventan modos de corrupción inusitados, con tal de parecer uno el que más sabe de política del vecindario, el más informado del pueblo, o el que mejor ha sabido comprender la idiosincrasia de la clase política. Sabe poner todo tipo de ejemplos de prácticas corruptas que ha vivido en primera persona (una primera persona impersonal, porque bien sabe Dios que él jamás aceptaría el producto de pillaje alguno) o le sucedieron a parientes tan cercanos que los datos que maneja tornan en irrebatibles. Son mentirosos. Lo malo es que hay muchos. Infinitamente más que políticos que se han llevado en el bolsillo mordidas, comisiones o prebendas, que también los hay para desgracia de todos.
Sorprendente grupo humano el que representa este modelo de sujeto que sabe y pregona que él, él (a quien se refiere en tercera persona citando su nombre y sus dos apellidos), jamás podría dedicarse a la política. Él sabe de sí mismo que su entereza moral, su grandeza de espíritu, el conjunto de valores con los que, en suma, se adorna, no le permitirían tragar con los carros, carretas, sapos y culebras, que a buen seguro -opina- se comen los que se dedican a la cosa pública con tal de seguir agarrados al sillón. No. Él sí que no.
Y así, con este raquitismo intelectual, transita por su vida ajeno al mayor de sus dramas, que no es otro sino la razón que lleva en esto de que él, él, nunca podría dedicarse a la política. Porque, en realidad, el servicio público requiere de una forma de entender el mundo que al pobre hijo ni siquiera se le alcanza.
Asumamos que, como en botica, en política hay de todo. Asumámoslo con la misma naturalidad con la que conviene recordar que los políticos no vienen de Marte y que no son más que una representación de la sociedad de la que forman parte. Algunos son los mejores, porque, como los presidentes de las comunidades de vecinos o de las asociaciones de madres y padres de alumnos, dedican una parte de su vida y de su inteligencia a gestionar cosas de todos. Otros son los peores, porque se aprovechan de las instituciones en beneficio propio y esto está feísimo. Pero estos son menos.
Ayer tomaron posesión más de ocho mil alcaldes, casi todos los cuales prestarán brillante y gratuitamente su servicio a la comunidad hasta 2023.
Otros dejaron el cargo a quien les viene a sustituir. Cedieron el bastón de mando y se llevan a casa un punto de nostalgia y una impagable colección de vivencias por las que muchos deberíamos pasar.
Más de ocho mil alcaldes, unos sesenta mil concejales entre gobiernos y oposiciones, ocupándose de que llegue agua a los grifos, de que la calle esté iluminada y limpia, de que la basura se recoja, de que el polideportivo esté abierto a su hora, de que el tráfico sea soportable y la contaminación se reduzca en lo posible, de que la plaza esté bonita, de que la escuela se pinte durante el verano aprovechando las vacaciones de los chicos y chicas, de que la convivencia sea pacífica en el vecindario, de que la vivienda sea asequible para los que tienen menos, de que los servicios sociales lleguen a los más mayores, de reparar el socavón que las lluvias torrenciales formaron en no sé qué cruce de calles, de que se cubra la baja del bibliotecario, de ordenar la ciudad, de asumir los nuevos retos de la movilidad urbana para que bicis y patinetes circulen con seguridad.
Muchas. Hay muchas personas ocupadas de que la cosa marche bien en el sentido más amplio que se pueda conjugar. Hoy han tomado posesión todas las que lo hacen desde el entorno local, de suyo, el que asume la competencia en los asuntos que tienen que ver con la vida cotidiana.
Nos conviene quererlos mucho. Y, además, casi, casi, casi todos, se lo tienen bien ganado.
¡Suerte con lo nuestro, amigos! Nos hace muchísima falta que la tengáis.
¡Enhorabuena!
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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