domingo, junio 30, 2019

No pactarás

El panorama político no puede estar más enrarecido. Ni más entretenido.
La fuerza de los hechos nos ha demostrado que la palabra dada no tiene por qué tener una fecha de caducidad superior a un día, y que la vigencia de los principios políticos (sobre todo en las organizaciones políticas sin principios) no alcanza para mucho más allá de un mes. Hemos llegado a interiorizar que esto no es ni bueno ni malo, que simplemente es verdad.
Y lo hemos asumido sin acuerdo previo, sin debate social. Se ha colado de rondón en nuestra cultura política; ni bueno ni malo: solo verdad.
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Si siempre fue verdad, por poner un ejemplo, aquello de que la política hace extraños compañeros de cama, Ciudadanos ha hecho de este aserto su leitmotiv. Insisto, hemos hecho el esfuerzo colectivo de comprender al pobre Rivera y convenir que no importa que se desvele como un hombre de la extrema derecha compartiendo la almohada con Abascal. Ello aunque esa imagen quede tan lejos de aquella otra de limpio joven demócrata que nos presentaba desnudito cuando era más pequeño. Igualmente hemos comprendido que, aquello de que venía a regenerar el país (él solo) y que jamás, jamás, se acercaría a un partido que tuviera a uno solo de sus miembros imputado (hoy investigado) en sus filas, no era más que una bravuconada de juventud, una de esas cosillas que se dicen cuando se te calienta la boca y aún eres pequeño para frenar tu incontinencia verbal. Una bravuconada que no empece en absoluto, claro, su vocación de pactar con el PP de Madrid, aunque este atasque por sí solo los juzgados de la plaza de Castilla.
Lo grande es que ¡oh prodigio! lo hemos asumido sin más, sin más análisis, sin más discusión, solo a fuerza de colarnos sus inconsistencias intelectuales en el comedor de casa vía telediarios. ¿Palabra dada? ¿Principios políticos? ¡Naderías!
Los vaivenes del PP, ora ultraderecha, ora derechita cobarde, ora otra vez ultra, pasan más desapercibidos porque su propia locuacidad ya nos advertía de Pablo Casado (el pobre) que era un hombre sin palabra ni principios (también sin cultura política, ni de la otra, pero ese es asunto distinto). Nada esperábamos de él. Ahora está acojonado y no sale al balcón de Génova por si alguien se da cuenta del hostión que se ha metido en los dos procesos electorales en los que ha abanderado a su formación, pero el hermanamiento con Vox le viene de suyo: en definitiva cuña de la misma madera, que no es que encajen bien (siempre se dijo que no había cuña peor), pero hacen que la estrategia se comprenda sin problema. La necesidad de conservar la silla de la quinta planta justifica por sí misma las tropelías que está cometiendo su formación en el Ayuntamiento de Madrid. Eso sí, es tan poco inteligentes (nadie esperaba sorpresas en ese sentido) que está poniendo en juego los acuerdos en la comunidad autónoma.
Vox no. En el nombre de Vox siempre se dice lo mismo. El problema es lo que se dice, pero nunca engañan. Son quienes son y vienen a lo que vienen. Lógico parece que no se dejen ningunear por quienes necesitan sus apoyos y los pretenden conseguir a hurtadillas, sin que se vea, sin que se note, sin que traspase… Yo te doy mi apoyo, pero tú me haces concejal o consejero, y te haces la foto conmigo y quitas ese banderón gay de la fachada del Ayuntamiento, que para banderas ya está la de España. En suma, mariconadas las justas, que aquí estamos nosotros para contenerlas. Con un par.
El asunto Pablo Iglesias… El asunto Pablo Iglesias es que ha sido como más suavecito. Más el resultado de una metamorfosis kafkiana que de una inconsistencia intelectual. Como no puede ser de otra manera, a Pablo Iglesias el sillón no le importa nada (¡!). Nada (¡!). Lo que le importa es el concepto, el programa. No es que vaya a favorecer un adelanto electoral porque le quieren dejar sin su carguito, no. No es eso. Es que al no ser él mismo ministro de España, ¿quién podrá garantizar un Gobierno de progreso en el país? ¿Quién? ¿Qué votante de izquierdas comprenderá jamás que Pedro Sánchez se atreva a intentar regir en solitario los destinos patrios sin el recto sostén de Podemos, verdadero guardián de las esencias de la izquierda? ¿A quién quieren engañar con esto del gobierno de colaboración? No. No es el ministerio lo que ocupa a Pablo Iglesias, otrora autonombrado vicepresidente y ministro del interior con mando en plaza sobre el Centro Nacional de Inteligencia y la televisión pública. A Pablo lo que le importa es el concepto. Y, oye, también: también lo hemos dado por bueno y no nos partimos de risa cuando lo escuchamos en su lloriqueo falsamente humilde, asegurando no creer posible que Sánchez se equivoque tanto como para forzar unas nuevas elecciones, con el disgusto que él se llevaría (y lo mal que le dan las encuestas). ¿Alguien podría pensar que lo que en realidad le pasa a Pablo Iglesias es que mucho se teme que, o consigue algo de Sánchez (un ministerio mismo), o se lo zampan vivo? ¡No! Claro que no.
El asunto es que de pactar ni hablamos. Pedro Sánchez se ve fuerte (además de guapo) y con suficiente cuajo como para gobernar el solo. Lástima que, además de cuajo, que eso ya ha demostrado que sí tiene, no le acompañen también una docenita más de diputados que le permitieran comparecer a una investidura en el Congreso con un poco más de solvencia.
Las tres formaciones de extrema derecha tienen más facilidad para llegar a acuerdos (o para fingirlos) si esto les vale un número suficiente de fichas en el juego del poder. No solo para pactar o simular pactos: también para vetar y, lo que es aún más grande, para juzgar la categoría política de los socios que se buscan los demás. Ellos pueden perder y gobernar si la aritmética da y ya no llaman a eso ‘gobierno de perdedores’ como hacen sin pudor ninguno cuando la izquierda hace lo propio, lo llaman ‘el inicio de la reconquista’.
Pero la izquierda no sabe. No sabe. No sabe.
¿Hay quien lo entienda?
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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