domingo, julio 07, 2019

La capitana Rackete


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Los hechos los conocemos todos. Son espeluznantes. Una capitana, Carola Rackete, decidió hacer caso omiso de las instrucciones xenófobas del ministro italiano del Interior y aplicar la normativa internacional del mar, haciendo arribar a puerto al Sea Watch 3 con cuarenta y cinco personas en riesgo de muerte a bordo. El peculiar Salvini (el hombre que destruirá las esperanzas de su pueblo) la manda detener y una jueza le dice que dónde cree que va, que la capitana cumplió con su deber que era, ni más ni menos, que salvarles la vida. Dos procesos penales continúan abiertos contra ella y, aunque le parezca inmenso, uno de ellos es por tráfico ilegal de personas.
La niña Greta Thumberg, a los 16 años de su edad, ha movilizado en esos últimos meses más conciencias que la visita de un papa, enarbolando la bandera más simple del mundo: O salvamos el planeta o sucumbiremos con él.
La fiesta del Orgullo celebra este año su cincuenta aniversario conmemorando la oleada de arrestos del 28 de junio en el bar Stonewall Inn de Nueva York y homenajea a los viejos gays, los que hicieron desde aquel momento aquello que llamaron la “cruzada” contra la discriminación que padecía (padece) el colectivo. Fue la generación silenciosa.
He aquí los nuevos líderes.
Si alguna vez lo estuvieron, nuestros referentes hoy ya no están en la clase política. Declinaría sin hacerme la menor violencia una cena con Pedro Sánchez y, sin embargo, viajaría donde fuera si Carola Rackete me ofreciera dos horas de conversación. Tengo la impresión de con el primero me aburriría un huevo, de que solo de la segunda, de su pasión, de su manera de entender el oficio del mar, estaría aprendiendo cosas durante todo el tiempo que durase el encuentro.
Nuestros líderes no estaban esta semana en la reunión del G-20 pasteleando con Donald Trump y Vladimir Putin, donde han debido tomarse decisiones de tal relevancia que ni siquiera una ha trascendido más allá de la prensa especializada.
Los superhéroes no van al Congreso.
Lo que es más inquietante, el sentimiento de que quienes se ocupan de las cosas que nos importan viven a años luz de los centros clásicos del poder político, de la carrera de San Jerónimo (por no mentar la plaza de la Marina Española que es donde está el Senado), del Palacio de Elíseo, de la Casa Rosada. Los superhéroes están en mitad de la calle y, solo de vez en cuando, emiten un destello que nos despierta del aburridísimo letargo intelectual en el que nos sumimos. Caiga en la cuenta de que, si alguna vez un político le fascinó, el encantamiento duró lo que tardó el sujeto en cuestión en parecer realmente un político. Y esto sucedió tras dos sesiones de control al Gobierno, tres los más avanzados.
¿Dónde están los superhéroes? ¿Quiénes son nuestros líderes? ¿En quién nos miramos? ¿De qué fuentes bebemos?
Una capitana que desobedeció la orden de un xenófobo y salvó cuarenta vidas, una niña que movió a las masas con una pretensión ilusa, un centenar de gays que se negaron a seguir ocultos y dedicaron a contarlo el resto de sus vidas. La voz anónima de quien reclamó para todos lo que quiso para sí y tampoco él lo obtuvo.
No sé quiénes son. No tienen nacionalidad.  Ni siquiera sé si viven en mi barrio. No exhiben lazos. No tienen un millón de seguidores en Twitter. No asisten a la Super Bowl (o igual sí). Van haciendo. Y parece que esto es lo que importa.
¿Nos encontraremos a la capitana al mando de un ballenero? ¿La niña que movía masas, se ennoviará con un jovencito de buena familia plagado de acné y dejará el activismo? Esos viejos gays, (esos ya no parece) ¿sacarán una plaza en Hacienda y ordenarán sus vidas con un bebé de vientre de alquiler y una hipoteca? ¿Volverá la ‘princesa del pueblo’ a generar opinión en un país como este?
¿Qué coño es un líder? ¿Cuánto dura? ¿Cuánto vale? ¿Andan por aquí algunos?
De cuando en cuando, un notición como aquellos me llena de esperanza. Luego el alcalde Almeida (ese tan pequeño) me la quita.
Se buscan liderazgos. Razón aquí.
El dibujo es de mi hermana Maripepa

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