domingo, marzo 15, 2020

Distopía

¿Qué le pasa al Covid-19 que está sometiendo a la sociedad española a la prueba de estrés más intensa que ha soportado desde la muerte de Franco?
No mata más que la gripe, y mucho menos que el hambre. No es más peligroso que la estupidez, ni que las guerras comerciales. No produce dolores insoportables, ni deja en la piel secuelas incurables como el síndrome tóxico aquél. Y, sin embargo, el nivel de alerta que está generando es infinitamente mayor que cualquiera de ellas.
¿Qué le pasa al Covid-19?
Por lo que se ve (así me lo explica un amigo experto), lo que le pasa al coronavirus no es otra cosa que su extraordinaria capacidad de propagación, sumada a la inexistencia de una vacuna. Esto hace que los casos de contagio se den en un espacio muy corto de tiempo, que se concentren muy rápidamente una enorme cantidad de personas infectadas;  que colapse el sistema sanitario y, por ende, que la enfermedad no se pueda tratar con garantías a toda la población que simultáneamente la contraiga (no hay tantas camas de UCI, ni tantos ventiladores pulmonares). Nada más. Y nada menos.
20200315_010447El lío: La alerta, al menos hasta aquí, ha sido únicamente oficial. La sociedad en general no se lo ha llegado a creer del todo porque, individualmente, no nos sentimos en riesgo de que la enfermedad nos alcance y sea fatal para nosotros aunque lo pueda ser para nuestros mayores o para personas con otras patologías a quienes podamos contagiar.  Así las medidas que hasta aquí han adoptado las autoridades sanitarias se han convertido en un arma de doble filo: de nada sirve cerrar las escuelas si mandamos a los niños al parque con los abuelos, o clausurar el centro de trabajo si la decisión de la familia es salir para la playa a tomar unos días de vacaciones de primavera y las terrazas de los bares se llenan de público.
Porque estas crisis globales tienden a sacar lo mejor y lo peor de cada quién y ese es un ejemplo. Otro: si mezclas un tanto de deslealtad, otro de antipatriotismo y una pizca de estulticia, aparece Pablo Casado acusando al Gobierno de entregarse a la ciencia en lugar de asumir el liderazgo político (a lo mejor el tanto de estulticia no es solo una pizca), lejos de tratar de transmitir esa sensación de unidad que tanto ayudaría a la población en general a sentirse solidaria y protegida por el aparato del Estado. Pero, otro ejemplo: importantes empresarios hosteleros ceden gratuitamente habitaciones para el confinamiento de personas de riesgo que no cuentan con las condiciones necesarias para permanecer aislados los catorce días que son de rigor. Y más: jóvenes que se ofrecen para el cuidado de niños o ancianos o para hacer la compra a las personas aisladas, familias que se organizan para atender las necesidades de su comunidad… un sinfín de manifestaciones de solidaridad que nos hacen congraciarnos con el género humano.
Pues bien, ayer por la tarde el Consejo de Ministros tomó la decisión que ya había anunciado el viernes el presidente del Gobierno: declaró el estado de alarma.
Sucedió tras la más larga sesión del Consejo que se recuerda en España (más de siete horas), debido a las discrepancias entre los socios de Gobierno, a las trabas que andaban poniendo el lehendakari Urkullu o el presidet Torra y a las presiones de algunos sectores del mundo privado. Pero sobre este asunto tendremos ocasión de reflexionar cuando las aguas vuelvan a su cauce.
Es la segunda vez (la primera se produjo en 2010, como consecuencia del plante masivo de los controladores aéreos) que en España se emplea uno de estos estados de excepcionalidad que regula la Constitución y en ambas ocasiones se ha utilizado su acepción menos limitativa. El plazo: 15 días que solo podrán prorrogarse previa autorización expresa del Congreso de los Diputados.
Básicamente, en lo que afecta a la ciudadanía, el Real Decreto (artículo 7) restringe un derecho fundamental como lo es el de la libre circulación de los españoles por el territorio nacional. Lo consagra el artículo 19 de la Constitución que es, precisamente, el que abre la sección de los derechos fundamentales y las libertades públicas.
Se establece la prohibición, con carácter general de circular por las vías de uso público, si bien se contemplan una larga lista de excepciones que tienen que ver, desde con la compra de alimentos o la atención a las personas afectadas, hasta con la mera asistencia al puesto de trabajo o al banco. Esta medida no entrará en vigor hasta las 08:00 del lunes 16, con lo que a los madrileños les dará tiempo a volver de Santa Pola.
Igualmente, se establece la suspensión de la apertura al público de los locales y establecimientos que se relacionan en el anexo I de la norma (casi los de todas clases, salvo alimentarios, farmacias y productos de primera necesidad), así como cualquier otra actividad o establecimiento que a juicio de la ‘autoridad competente’ pueda suponer un riesgo de contagio. Esta medida no afecta a los lugares de culto o ceremonias civiles o religiosas que quedan, sin embargo, limitadas a garantizar que entre sus asistentes se pueda observar la distancia de seguridad de un metro.
La ‘autoridad competente’ a los efectos del ejercicio de las funciones que contempla la declaración del estado de alarma, se delega en los ministros de Defensa, Interior, Transporte y Sanidad (los cuatro pertenecientes al PSOE), siendo este último el que ejercerá las competencias de las áreas de responsabilidad que no recaigan en ninguno de los otros tres.
Son apenas un muestrario de las medias que contienen en los 20 artículos de los que la norma consta. 
También activa el ‘Comité de Situación’ (artículo 4.4) que la Ley de Seguridad Nacional prevé como apoyo al Gobierno en materia de ‘gestión de crisis’ durante la vigencia de los estados de alarma y excepción. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los Cuerpos de Policía de las comunidades autónomas y los dependientes de las corporaciones locales, quedan bajo el mando único de ministro del Interior.
Ahora solo nos cabe a cada uno hacer todo lo que se pueda para que, cuanto antes, vuelvan las terrazas, las calles comerciales, las comidas bulliciosas, las visitas a los abuelos, los besos. Que esto sea solo una mala pasada y que los pueblos no se habitúen al ostracismo que previene las catástrofes. No sea que mejore la calidad del aire, aumente el ahorro de las familias, disminuya la inmigración, baje la mortalidad, se prolongue la esperanza de vida, caiga la delincuencia, suban los índices bursátiles… y alguien llegue a la conclusión de que esta y no otra es la manera correcta de estar en el mundo.
 Porque lo malo de las distopías es que, a veces, se hacen realidad. Y esta es de verdad.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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