domingo, marzo 22, 2020

Jaque al Rey

A la sociedad española le ha dado un infarto.
Bueno, quizás una angina de pecho, que suena menos a mortal de necesidad. Una angina de pecho.
Por lo que tengo leído y escuchado, cuando uno sufre un accidente de esta naturaleza aprende cosas. Aprende que fumar no es bueno, que un coche tan grande no vale para mucho, que hay algunas personas con las que no merece la pena gastar demasiado tiempo o que con la tele que hay en el salón, aunque no sea 4k, le sirve de sobra para ver el Sálvame de luxe ese de los cojones. Aprende, en definitiva a disociar lo que importa de lo que no importa y a prescindir de esto último, porque valora demasiado lo primero.
Pues a la sociedad española, con esto del COVID-19 y del confinamiento que ha supuesto el estado de alarma decretado por el Gobierno, es como si le hubiera dado un infarto.
Miramos a nuestro alrededor y comprendemos la cantidad de sujetos y de adminículos superfluos de los que estamos rodeados en nuestra vida cotidiana. Nos preguntamos, por ejemplo, qué coño pinta sobre el aparador ese humidificador de puros con cinco Farias despeluchados y resecos, cuando se sabe perfectamente que nadie los fuma en casa. No los fumará… o al menos no esos.
Demasiadas cosas no nos hacen falta. Es la opulencia.
Perdido en estas divagaciones, obligado por el aburrimiento de estar confinado entre cuatro paredes, en su televisión no 4k aparece el Rey.
20200321_202315El Rey no habla de lo suyo, porque bastante tiene con sufrirlo para sí. No habla de lo de su padre, porque da una vergüenza que se muere. No habla del coronavirus porque no tiene ni puta idea de qué decir sobre eso. Tampoco habla de España, porque no sabe exactamente a qué tendría que referirse, ni de los españoles, porque no sabe quiénes somos.
El Rey habla de nada.
Por detrás de su discurso hueco se escucha la cacerolada que se está produciendo simultáneamente en las ciudades más importantes del país, que han añadido una ruidosa manifestación de desagrado a su majestad al aplauso diario a los profesionales sanitarios.
Mientras suenan las cacerolas, él, con el gesto sereno, la barba cuidada, la mirada perdida en el mar cristalino de algún paraíso fiscal y el porte impecable, irrumpe en nuestro comedor, agradece lo que ya todos agradecemos (solo faltaría que, encima, no lo hiciera) y lanza un ‘mensaje de esperanza’ que a nadie le importa un pimiento. 
Entonces usted mira al Rey, tuerce la vista hacia el viejo humidificador de puros y se dice: verdaderamente, hay algunas cosas que no sirven para nada.
Debe ser la opulencia.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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