domingo, marzo 08, 2020

El Rey

La monarquía es una cosa antigua, muy antigua. Tiene que ver con los derechos de los señores sobre los territorios y las personas que los ocupaban, usos y costumbres que se instauran en la Península Ibérica con los visigodos (año 410 d.C. monarquía Tolosana) y que aún conservan reminiscencias en nuestros días en los que, por cuestiones de nacimiento, un puñado de familias conservan determinados privilegios sobre naciones enteras y, lo creamos o no, sobre sus gentes.
Una monarquía es, realmente, una cosa muy antigua.
Sin ánimo de rigor histórico, la Casa de Borbón o dinastía de los Borbones, fue restaurada en el trono de España por el dictador Francisco Franco, a su muerte, pues dispuso a modo de un emperador ser sucedido por el hijo de quien entonces era el jefe de la Casa Real, Juan de Borbón, que vivía dulcemente asilado en Portugal con una pingüe asignación del Gobierno de España y otras riquezas de más oscuro proceder. Una inconveniencia histórica, pues era a este y no a su hijo al que correspondía tan alta dignidad, pero por lo visto no se caían bien los dos personajes y mandar, lo que se dice mandar, mandaba más el dictador (mucho más, en realidad) y esta incorrección sucesoria le importó un carajo, para entendernos.
Allá por el año de gracia de 1977, Juan de Borbón y Battenberg, conde de Barcelona, renunció a su derecho dinástico y la jefatura de la Casa Real en favor de su hijo, ya Rey, en un pomposo acto en el Palacio de la Zarzuela, en presencia de todo bicho viviente y las más altas magistraturas del Estado. Y así Juan Carlos de Borbón y Borbón, que reinó con el nombre de Juan Carlos I, ejerció la Jefatura del Estado con todos los honores hasta que, también él, tuvo que abdicar en su hijo (no el primogénito, pero sí el varón) Felipe de Borbón y Grecia, hoy ya Felipe VI. El no menos pomposo acontecimiento tuvo lugar en 2014, en el Palacio Real, Madrid.
Cuento este cuentito solo para dejar constancia del absurdo que supone en nuestros días que padres e hijos se repartan legados de esta naturaleza. Uno hereda junto con sus hermanos un apartamento en Santa Pola o la representación en bronce de la Última Cena que colgaba de la pared del salón, pero ¿un estado? ¿Se puede heredar un pueblo? ¿Entero?
Pues sí. Se puede.
Aceptada esta premisa, no por razonable sino por cierta, España entera asumió el capricho del dictador y soportó a un Rey al que solo se daría legitimidad después de que la Constitución Española fuera votada en referéndum y aprobada con el bicho dentro, es decir, incluyendo la restauración de la Casa de Borbón, que se proclama “hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica”, según el literal de su artículo 57.
Hasta aquí todo es Historia. Algo más que discutible en términos generales, pero Historia.
Nada que decir de los fondos oficiales que ha manejado y maneja la Casa Real. Son tan opacos en su gestión como cuantiosos, pero son las reglas del juego, se aprueban cada año (bueno, algunos no) dentro de los Presupuestos Generales del Estado y no suponen, verdaderamente, un bocado escandaloso: apenas alcanzan los ocho millones de euros, que se aplicarían igualmente en cuantía similar a una hipotética Presidencia de la República, si bien es cierto que otras muchas partidas presupuestarias se ocupan de gastos regios. Reglas del juego. Aceptemos.
Pero ¿y los otros? ¿Y los fondos no oficiales que manejan los monarcas? ¿Las cuentas en paraísos fiscales? ¿El desconocido patrimonio privado que las familias reales manejan al margen de su asignación presupuestaria pública?
Sabemos hoy que en el turbio caso de Juan Carlos I, le llegaba el dinero para regalarle a su princesa ¡sesenta y cinco millones de euros! (probablemente bien ganados en servicios a la patria o tal). Y especulamos con los números que arroja la prensa internacional, que cifra su fortuna en entre 2.000 y 2.300 millones de dólares.
No importa hacer cuentas para saber que semejante cantidad es imposible ahorrarla por las buenas ni, por lo tanto, para intuir que en la Casa Real Española han pasado cosas que es necesario saber.
20200308_003836Tampoco importa recordar aquellos discursos regios de las navidades, cuando el monarca se marcaba un ‘Rodrigo Rato’ denostando, mientras la practicaba, la lacra de la corrupción que asolaba al país, para explicarnos hasta qué punto era execrable. No es necesario decía, recordarlos, para asumir la catadura moral del sujeto en cuestión. Pero a lo mejor sí importa recordar que esos cien millones de dólares ahora en cuestión, tan generosamente repartidos con la princesa también en cuestión, se los regala el Rey saudí al de aquí en los alrededores del año 2011 (fecha de la adjudicación a un consorcio español del contrato multimillonario para la construcción del Ave Medina-La Meca), cuando en España los mortales comunes nos estábamos quitando a hostias la penuria que había producido la gran crisis de 2007. Y que esa donación graciosa (de su graciosa majestad, que se muere de risa) está siendo investigada por la Fiscalía suiza, que parece no verla tan clara.
Y quiere la izquierda española (o parte de ella) una comisión de investigación para aclarar tanta duda. ¿A alguien le parece mal?
Haría muy mal el PSOE impidiéndola junto al PP. Porque si la corrupción es efectivamente execrable, cuando alcanza la Jefatura del Estado y salpica a un tipo al que, sin comerlo ni beberlo, por el mero hecho de pertenecer a una familia con orígenes feudales, se le ha dado todo y se le ha permitido vivir como un rey (nunca mejor dicho) a costa de todos, si alcanza a este tipo, es ignominiosa.
No me importan nada las consideraciones jurídicas sobre la inviolabilidad del monarca emérito y hasta dónde alcanzan en el tiempo. Me importa saber.
Tenemos derecho a saber. Y a decidir en consecuencia.
Porque a lo mejor esto de la monarquía se desvela a la luz de los hechos como algo verdaderamente antiguo. Y, también a lo mejor, podrido.
(PD. En el momento de cerrar estas líneas, ya en el día de la mujer, la eurodiputada popular Dolors Montserrat ha cometido la insensatez de decir que con el Gobierno de Sánchez hay más mujeres asesinadas que con el PP. Si el Partido Popular no se lo hace mirar cuanto antes y sigue cayendo tan bajo, más pronto que tarde se va a confundir con la misma mierda en que quiere convertirlo todo. Hay cosas con las que no hay que jugar y, quien juega con ellas no merece estar en política.)
Y el dibujo es de mi hermana Maripepa.

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