domingo, mayo 17, 2020

Mutación

—Perdona Borja Mari, ¿tu cacerola es Inox 2000, induction technology?

—Ay, chico, ni ‘pu…’ idea, me la ha alcanzado la filipina de mamá, ay, como se llama…

—Mira, de verdad, oye, o sea, si tuviéramos que aprendernos todos esos nombres

—Lo que pasa es que mamá a todas las llama Merry, que les da un aire como muy occidental

—¿Ha bajado?

—¡Uy sí! ¡No se pierde ninguna!

—¡Qué suerte, Borjita, osea! ¡Está hecha una cría!

—¡Su dinero le cuesta, no te pienses tú!

—¡Y la clase que tiene, oye mira!

Una prestigiosa universidad europea estudia alarmada la última mutación de la COVID-19 y los efectos perniciosos que está produciendo en un importante sector del grupo humano conocido como de los covidiotas, que ha venido en identificarse como el de covifaltosdesolemnidad.

La mutación, de etiología por determinar, se ha detectado originariamente en el privilegiado barrio de Salamanca de la capital de España y afecta a los individuos pertenecientes a las clases más pudientes. Esta circunstancia ha alertado a la comunidad científica toda vez que, hasta el momento, se había creído que la enfermedad provocada por la pandemia enrasaba a ricos y pobres afectando por igual a los individuos del grupo independientemente de su capacidad económica o posición social.

La rebelión de los cayetanos, efecto de la mutación del virus, se está extendiendo ya por otras capitales del país. Se especula con la posibilidad de que pueda tener su paciente cero en Alemania, donde grupos de extrema derecha muestran similares síntomas a los detectados en el territorio nacional.

Otras líneas de investigación sitúan al paciente cero en los grupos ultracatólicos (alineados con Vox en el caso español) representados por organizaciones como Hazte Oír, la Asociación Católica Propagandista, la de Abogados Cristianos, la Fundación Villacisneros o la presidida por el ínclito Jaime Mayor, One of Us (asociación antiabortista de ámbito europeo que aglutina 48 agrupaciones de toda nacionalidad). Esta corriente basa su investigación en las conclusiones del reciente debate celebrado en Internet bajo el título ¿El fin de nuestro modelo de sociedad? Un debate tras el covid-19, entre las que destaca la propuesta enfermiza de retirar el derecho al voto a los parados y a todo aquel que sobreviva gracias a la ayuda del Estado (se ignora por el momento si esto nos incluye a todos los que cobramos de los presupuestos públicos –funcionarios, políticos o contratistas de la Administración–, o se circunscribe únicamente a parados, pensionistas o personas incorporadas a expedientes de regulación de empleo).

IMG-20200516-WA0015La sintomatología es uniforme: se profieren gritos de ¡no a la dictadura! Bajo la ondeante bandera del franquismo (¡sorprendente!), se canta el Bella Ciao (qué coño sabrán) y se golpean aparatos Thermomix® TM6 con palos de golf de alta gama marca Callaway®, a falta de poder localizar en la cocina aquellas cacerolas comunes y cucharones de palo con las que el pueblo llano se viene a manifestar.  Polos de marca y relojes suizos, acompañan gritos de ¡libertad! y ¡Gobierno dimisión! Todo ello en ambiente de falsa reivindicación proletaria que parece tener por objeto la caída del Gobierno socialcomunista que rige nuestros destinos y amenaza con subirle los impuestos a los poderosos para asegurar el Estado del bienestar (¡anatema!).

Fatalmente, la mutación ha afectado también a individuos aforados en las instituciones democráticas que, lejos de difundir las medidas de protección aprobadas por los comités científicos que asesoran al Gobierno y (sin duda) con el intelecto confundido por la enfermedad, alientan alborotos callejeros ajenos a los protocolos recomendados exponiendo al contagio a los sujetos potencialmente sanos buscando, al parecer, la inmunidad de rebaño. El sorprendente ‘caso Ayuso’ (de estudio singular) ha demostrado, además, que los efectos de la enfermedad se pueden prolongar durante toda la vida del paciente afectado y que, incluso, pueden llegar a agravar las patologías previas relativas a la estupidez humana, lo que vendría a justificar empíricamente el origen del comportamiento de determinados sujetos con responsabilidades públicas durante el proceso pandémico. Es ciencia.

Usted, invadido por el espíritu solidario que ha colmado las nobles conciencias del pueblo durante este proceso, podría estar contemplando el fenómeno con alguna benevolencia, incluso con el punto de ternura que inspiran ciertas afecciones mentales en el prójimo, en la sana esperanza de que la investigación hará que sanen y procurará a la sociedad una vacuna eficaz contra el mal. Científicos dicen haber descubierto ya la secuencia del genoma vírico que afecta a la parte del cerebro que gestiona reglas de las relaciones humanas como la solidaridad, el civismo o el respeto a las instituciones democráticas.

Pero los científicos también lo saben: la gilipollez no tiene cura.

 

Nota: Ayer sábado, muy temprano, se murió Julio Anguita. Era uno de los grandes cuando ya casi no quedaban políticos grandes. Y ya no está.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

No hay comentarios: