domingo, septiembre 20, 2020

El campo de Moria

José Ignacio Gorigolzarri ha dormido bien. Ayer, al llegar a casa tenía preparada una cena frugal a base de verduritas y lomo de merluza. Se embutió en su batín corto de seda y repasó en el iPad Air los números de la fusión de los dos grandes bancos. Son tan buenos que le da lo mismo que, realmente, parezca más una absorción que una fusión entre iguales.

Gonzalo Gortázar es más de chándal y cena algo más fuerte. El mozo de comedor, bajo la atenta mirada de su mayordomo, dejó en el camarín su acostumbrado zumo de pomelo con unas virutas de jamón ibérico que le preparan en la cocina. Será el banco más grande de España, el décimo de toda Europa. Así que esta mañana, cuando bajaba a la cancha de pádel de casa, sabía que su selecto grupo de amigos le estaría esperando y le felicitaría.

Gorigolzarri ya había dicho que lo de los veinte mil millones del rescate no era un préstamo, sino una inversión que el Estado había hecho a Bankia para no dejar caer el sistema financiero y que, si el Estado se los había dado, no tenía él por qué estar preocupado en devolverlos. Tal es la cara dura que se gastan los grandes banqueros, estaba pensando Díaz, Fernández Díaz, que –como de broma– por la noche se había probado un traje de rayas para ver qué tal le sentaba el look carcelario que, a buen seguro, habría de lucir no tardando demasiado.

Impidiendo que el diablo acabe con España

Corrupción, en realidad, es lo de los ERE de Andalucía. No entendía anoche Fernández Díaz a que tanto jaleo por haber mandado a un par de polis o tres a birlarle algunos papeles al Bárcenas ese que lo único que quería era hacer daño a sus amigos. Además, ya le había dicho el papa Benedicto que la Virgen no iba a permitir que el diablo acabara con España y, ¿qué estaba haciendo él sino ayudando a la Virgen para que el diablo no acabara con la verdadera España que es, quién lo duda, la que habitan sus amigos? Apenas cenó, Asunción estaba algo preocupada, pero se ha levantado temprano y ha agradecido a Dios nuestro Señor los dones que le rodean, apoyado en el reclinatorio de la alcoba, mientras la doncella le preparaba el descafeinado con galletitas holandesas que gusta para el desayuno.

De la otra Díaz, Díaz Ayuso, no tenemos noticia de si ha conciliado o no el sueño. Las suites de los hoteles céntricos protegen muy bien de los sinsabores de la jornada, pero es que a esta pobre le crecen los sinsabores por las esquinas. Se le levantan los consejeros, se le amontonan los bichos de SARS-CoV-2 por los barrios pobres, y el cabrón de Sánchez no la mira bien, seguro que porque alguien le habrá ido con cuentos sobre su gestión de la cosa de la pandemia. Pero el servicio de habitaciones le ha traído esta mañana unos muffins muy de su gusto y un Cola-Cao bien caliente que le ha dado la fuerza suficiente para levantarse a tiempo de misa de doce.

Pablo Iglesias seguro que ha dormido bien. Sortear asuntos judiciales se ha convertido en un deporte más divertido que el pádel para la familia Iglesias-Montero, para la familia ‘podemita’ en realidad. Y se les da de maravilla. El casoplón de la sierra está caliente. Después de misa vendrán un ratito los de los escraches a dar por culo, pero la pareja ha preparado tostadas para desayunar y todo huele al pan horneado y a la leche de los bebés.

Mujtaba y Raissa, sin embargo, no han dormido. Como el campamento de refugiados en el que se hacinaban en la isla de Lesbos, Grecia, salió ardiendo el otro día y las autoridades aún no han decidiendo qué hacer con las 13.000 almas que se han quedado sin tienda de campaña donde guarecerse, se han pasado la noche al sereno cuidando de que sus tres niños la pasaran lo más abrigados posible, porque septiembre no es ya tan amable y los críos tenían frío. Desayunar no han desayunado: no había nada para desayunar para ningún afgano, para ningún sirio, para ningún iraquí del campamento. Algo apañarán, siempre se acaba encontrando algo que comer.

Mujtaba no sabe que cuando se quemó la catedral de París hace poco más de un año, el planeta se estremeció y cientos de corporaciones de todo el mundo comprometieron inmediatamente donaciones multimillonarias para resolver el desastre que había supuesto para la humanidad una pérdida de tal naturaleza. Ignora la diferencia entre la catedral de Notre Dame y el campo de Moria. Pero yo si la sé. Y las grandes corporaciones también: Un campo de refugiados que alberga a 13.000 personas no importa nada. Lo que importa este domingo es la fusión de aquellos dos grandes bancos, la seguridad de que la Virgen María no va a permitir que Fernández Díaz pierda un solo latido por haber defendido a España del Diablo y, en lo tocante a los fuegos, que lo que arda no sean las catedrales a las que las almas pías acuden las fiestas de guardar después del desayuno a rogar por los refugiados del campo de Moria.

Y así va nuestra mañana este domingo destemplado de septiembre. Sorteando la covid-19 los unos, felices por no tener que coger hoy el metro en el que un día u otro la van a pillar y los otros rumbo a la horita de pádel de cada semana, con sus pensamientos en reposo para acopiar las energías que precisarán la semana que entra. Los otros, aun hay otros, ni siquiera saben que es domingo, porque el campo de refugiados donde se hacinaban salió ardiendo el otro día y, entre misa y misa, las autoridades todavía no se han puesto de acuerdo en qué tienen que hacer con ellos.

España, sin ir más lejos, no se ha comprometido a esta hora a acoger a uno solo. A lo mejor Sánchez también está en misa.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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