domingo, septiembre 13, 2020

La regla del gasto

El Congreso de los Diputados revolcó esta semana un Real Decreto Ley con el que el Gobierno de España pretendía la abominación de conseguir liquidez para hacer frente a las consecuencias nefastas de la crisis económica y social que ha provocado la pandemia de covid-19.

Otra vez gustando; pero ahora feliz

Chico, ¡qué fiestón! Diputados y diputadas de las bancadas de la derecha según se mira, se abrazaban con lágrimas en los ojos, aplaudían, se felicitaban. Gestos de victoria: ¡así se vota! Era como si hubieran conseguido convertir Madrid en villa olímpica después del discurso en inglés de Ana Botella, algo sublime, irrepetible, de consecuencias invaluables. Lo habían conseguido.

- ¿Qué?

- ¡Detener la depravación!

- ¿Cuál?

- Una.

- ¿La del caso Kitchen?

- No.

- Entonces otra.

Lo intento explicar y usted me perdona el coñazo: Una ley de 2012, de autoría del entonces ministro Montoro, intentó por todos los medios contener el gasto público para evitar el temido déficit que se había generado en todas las esferas de la Administración Pública como consecuencia de la crisis que se padecía. Se llamó cariñosamente Ley de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera. Está vigente.

Piénsese que estábamos en plena crisis financiera y que la caída monumental de los ingresos que se habían presupuestado, hacía que las entradas de dinero no alcanzaran ni con mucho a cubrir los gastos que, previendo  esos ingresos que nunca llegaron, se habían comprometido. Más o menos a esto se le llama déficit público (dicho sea sin ninguna intención de rigor científico).

Aquella ley estableció para contenerlo (el déficit) dos limitaciones principales: Por una parte, las administraciones no se podrían gastar en un ejercicio más dinero que el que se habían gastado durante el pasado, incrementado con el porcentaje previsto de crecimiento del producto interior bruto para ese año, esto es, lo del año pasado más el dos y pico por ciento o así, según las variaciones del índice en cuestión. A esto llamó la ‘regla del gasto’. Por la otra, prohibió que lo gastado pudiera superar lo ingresado en el período y llamó a esto ‘estabilidad financiera’.

Lo que parece de una lógica aplastante y, seguramente dio resultado durante algunos años, se convirtió para los ayuntamientos de España (que ni mucho menos habían sido los causantes del enorme déficit público en el que se incurrió en aquellos tiempos) en una trampa mortal: recaudaran lo que recaudasen no podían superar la regla del gasto. Tuvieran los ahorros que tuvieran no podían emplear más dinero del recaudado: los ahorros se quedaban inactivos y los ciudadanos no podían experimentar mejora alguna en los servicios que percibían.

Y así está hoy el patio.

El abominable Real Decreto Ley del que la derecha española (y más gente) nos ha librado revolcando su convalidación en el Congreso, establecía el siguiente mecanismo:

Un ayuntamiento con ahorros (superávit, remanentes de tesorería) que no se puede gastar y que voluntariamente acepta la fórmula, se los presta al Estado para ayudarle a financiar lo que se le viene encima.

El Estado, en el mismo momento, compromete al Ayuntamiento el retorno del 35% de ese dinero para que se lo pueda gastar durante 2020 y 2021. Y a partir del año 2022, empieza a devolverle en diez anualidades la totalidad de lo que le ha prestado, a razón del 10% anual, con la posibilidad de gastarlo sin que compute, ni en regla de gasto, ni en estabilidad financiera. Esto es, el municipio le presta 1.000.000 de euros que no podía gastarse, el Estado le devuelve 1.350.000 (350.000 ya, y un millón más en diez años), que sí se puede gastar. (No sé qué operación financiera daría este rédito al dinero de nadie en estas condiciones. A lo mejor no la hay).

A esto es a lo que el PP estaba llamando extorsión, latrocinio, anatema, atentado contra la autonomía municipal (como si no lo hubiera sido la limitación al gasto local impuesta por aquel buen Montoro).

Llamamos a esto mentir.

Tumbar este mecanismo es lo que ha supuesto a la derecha española la paz y relax que sucede al orgasmo, una hemorragia de satisfacción indescriptible. Han vencido: los ayuntamientos de España seguirán sin poder gastarse el dinero que tienen ahorrado y sus vecinos (¡gracias, Dios mío!) seguirán sin beneficiarse de inversiones que podrían mejorar su calidad de vida y que tantísimo bien podrían hacer a las economías de esa España vaciada de la que tanto se cacarea en proteger.

¡Felicidades, amigo Casado! El PP lo ha vuelto a conseguir. Ha hecho usted bueno, diez años después, aquel desdichado aserto de aquél desdichado Montoro que después fue ministro de hacienda de su formación: “que caiga España, que ya la levantaremos nosotros”.

Usted, señor Casado, no va a levantar nada. Usted no es digno de representar a sus votantes. Usted no puede liderar una formación política. Usted no merece llamarse político. Usted persigue el mal de los demás en beneficio propio. Y los demás, amigo Casado, los demás… somos todos nosotros.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

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