domingo, septiembre 06, 2020

El síndrome de Peter Pan



Pablo Casado sigue ensayando posturas delante del espejo, en busca de una que guste a sus mentores y
agrade, así mismo, a su electorado.

Siempre me ha sorprendido que se pueda medir en años luz la distancia ideológica que separa al PP del PSOE. Como no se puede juzgar al PSOE de ser un partido ni mucho menos radical (qué más quisiéramos algunos de sus militantes que sentirlo un pelín más a la izquierda) o, por decirlo más claro, estando el PSOE más bien centradito, el hecho de que la distancia con el PP sea de tal magnitud hace sospechar que la posición de este último esté mucho más a la derecha de lo que pretenden aparentar.

Con todo, ambos son partidos de Gobierno y, con mayor o menor fortuna, ambos han lidiado con tal responsabilidad.

Se dice de una democracia que es ‘madura’ cuando el partido que aspira al Gobierno ya ha tenido ocasión de gobernar.  

Se debe suponer que, una vez que ha ejercido tareas de gobierno, un partido queda libre de las veleidades que suelen acompañar a quienes nunca se dieron de bruces con la espesa gestión de los presupuestos del Estado, una huelga general, la negociación con las eléctricas o la siempre incómoda fabricación, compra y venta de armamento a terceros países. Esta experiencia es la que hace madurar a una organización política desde el simple populismo a la condición de partido ‘de Gobierno’, que es ese que ya sabe cómo se las gasta el IBEX’35 o el lobby de las farmacéuticas y, por ende, dice menos tonterías en la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados.

Este ‘poso’ trasciende, o debería trascender, de la persona concreta del líder que ocasionalmente comanda la formación aspirante. Es el partido (aunque nadie sepa bien bien lo que es)  el que acopia la experiencia, el que se enriquece con ese conocimiento que lo convierte con mayúsculas, como decíamos, en partido de Gobierno.

Por otra parte, se sabe que las tareas de gobierno están muy por encima de la ideología del grupo que asume la responsabilidad. Por eso Aristóteles, que debía ser un señor muy listo, definió la política ‘como el arte de lo posible’. Porque una cosa será lo que tu ideología te predispongan a hacer realidad y otra bien distinta lo que la realidad misma te permita finalmente llevar a cabo. Y este postulado no solo alcanza a las tareas de Gobierno. Alcanza a la política, a toda la política. De ahí la importancia de que el partido que aspira a gobernar tenga ya experiencia en estos menesteres: haya adquirido la madurez que otorga el ejercicio de la tarea. Se convierte así el sistema político que rige en un país en una democracia madura.

Dicho todo esto, me pregunto  ¿qué coño le pasa al Partido Popular, que no ha aprendido nada? Han tenido ocasión de gobernar España en dos amplios períodos e, independientemente del juicio que hagamos de su gestión (el mío no lo explico porque es palmario), lo han hecho con todas las de la ley, con armas y bagaje, con todos los resortes a su disposición, con mayoría absoluta, incluso, en una ocasión. Dos presidentes, decenas de ministros algunos de los cuales siguen en libertad, cientos de altos cargos. Su experiencia trasciende lo estatal: han estado y están en multitud de comunidades autónomas, importantísimos ayuntamientos… Y ¿todavía no saben de las obligaciones que la política confiere al primer partido de la oposición?

Un partido de Gobierno ¿puede negarse a la renovación de los órganos constitucionales so pretexto de que mientras Unidas Podemos esté en coalición no hay negociación posible? ¿Se creen de verdad los dueños de la política? ¿Creen que, por encima de la voluntad soberana de los electores, son ellos los que deciden con quién se gobierna y con quién no? Esa estrategia de ‘cuanto peor mejor’ que tanto perjudica a la convivencia entre españoles ¿creen de verdad que su puede mantener gratuita, universal y permanentemente? ¿En todo? ¿Contra todo?

La irresponsabilidad de Pablo Casado como líder del primer partido de la oposición, heredada, sin duda, de sus antecesores en gobiernos del PP, tiene que tener consecuencias políticas.

Ese síndrome de Peter Pan (‘conjunto de características que sufre una persona que no sabe o no quiere aceptar las obligaciones propias de la edad adulta, no pudiendo desarrollar los roles de padre, pareja, etcétera,  que se esperan según su ciclo vital o desarrollo personal’, de acuerdo con la definición del psicólogo norteamericano Dan Kiley) ha llevado a su formación a lindezas como negar su apoyo al Gobierno de España para contener la pandemia de covid-19 (con las consecuencias que estamos viviendo), bombardear la consecución de fondos en Europa para paliar las implicaciones de la brutal crisis económica que viene de su mano, alimentar la confrontación con comunidades autónomas tan importantes como la de Madrid, torpedear cualquier iniciativa de acuerdo de reconstrucción nacional y, ahora, a bloquear la renovación de órganos como el Consejo General del Poder Judicial, el Defensor del Pueblo o el Tribunal Constitucional, para la que se requiere un consenso parlamentario al que el PP se niega en rotundo.

¿Por qué? Se me antoja responder que porque el Partido Popular aún no ha asumido que a veces las urnas lo ponen en el Gobierno y a veces no. Y que no se puede ser demócrata solo cuando es que sí. Entiendo que en un régimen democrático se puede ser de izquierdas o de derechas, pero es obligatorio ser demócrata y eso exige ciertas responsabilidades. No es una cuestión de estilos. Es una simple cuestión de madurez.

No vamos a querer recordar este otoño. El Partido Popular no va a permitir un segundo de respiro, va a entorpecer, a torpedear, a dificultar, a joder, talmete como si la cosa no fuera con ellos, como si el bien común perjudicara sus intereses. Y es agotador.

La irresponsabilidad de Pablo Casado como líder del primer partido de la oposición, insisto, tiene que tener consecuencias políticas. Y solo espero que las tenga.

El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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