domingo, abril 04, 2021

Año II

 Aquello que llamábamos ‘nueva normalidad’ se va convirtiendo en ‘simple normalidad’. Y no mola.

Habíamos aprendido que se puede vivir sin fútbol y que las enfermeras que se afanan en las unidades de cuidados intensivos velando por la vida de los afectados por la covid-19 son más importantes que los futbolistas aunque ganan un poco menos.

Este año hemos aprendido que también se puede vivir sin procesiones y que no vale la pena ponerse tristísimo por la cosa de la muerte de Jesucristo, toda vez que tenemos la experiencia de que va a resucitar (todos los años pasa en un domingo como hoy).

Entre tanto, hemos aprendido, salvo en Madrid, que se puede vivir sin bares, con las horas de circulación acotadas, con los comercios a medio gas, sin invitados en casa, con el número limitado de personas con las que dar un paseo, sin ver a nuestros sobrinos, a nuestros nietos quienes contamos ya con edad para tenerlos, sin viajar al extranjero, sin expectativas.

Hemos aprendido a que cada día el número de muertos ascienda o disminuya (150, 300…) según el estado del número de ola pandémica en la que nos encontremos y a asimilarlo como una cifra más de las que nos ofrecen los informativos con el mismo tono monocorde: sube el paro, bajan los muertos, se prevé crecimiento negativo (¿qué coño querrá decir?) de la economía para 2021. Cifras, al cabo.

La disnormalidad se ha convertido en lo cotidiano.

Supongo así que, para romper la monotonía, no debe extrañar que una sede de Podemos, la de Cartagena, sea atacada por un grupo de necios con artefactos explosivos o que el Capitolio, sede del Congreso de los Estados Unidos, sufra un atentado (el segundo en tres meses) perpetrado por un tipo que buscaba no sé qué alivio estrellando su coche contra la protección del edificio. Los franceses son más pacíficos, sin embargo, y pueblan la capital de España en busca de la cerveza que en su país le niegan. Alguien les ha dicho que en Madrid está todo abierto (y es verdad) y sus calles no estaban tan pobladas de gabachos desde 1808.  

Alegres muchachos de fiesta en Madrid

Y es que la presidenta madrileña no cree en las ‘medidas’. De alguna manera es normal: no ha leído mucho y tiene como asesor al mítico Miguel Ángel Rodríguez (poco que añadir), tándem que ha decidido que si haces lo que nadie más hace, te diferencias. Y ¡vaya que sí te diferencias! Para eso tiene que faltarnos a todos al respeto (y vulnerar nuestro derecho a la salud), pero pocos lo advierten. De hecho, le funciona, porque el concepto de libertad que maneja esta derecha nuestra, ajeno a todo lo que comporte no hacer lo que te salga de los cojones si es que puedes y si no peor para ti, funciona muy bien para estos que sí pueden. Y no creo que sea un efecto de la pandemia que haya abotargado su mente infantil. Más bien creo que es una estrategia bien medida que conducirá el 4 de mayo a otra victoria de esta “derecha libertaria” que se amamantó a los pechos de Silvio Berlusconi y se hizo fuerte a los de Donald Trump.

Pero entonces no había pandemia en el planeta: cada uno podía volver a casa a la hora que quisiera y cocerse a cañas en el bar de su elección en cualquier lugar del mundo dotado de electricidad. Ahora no. Entonces ya jodía, pero ahora jode un poco más porque ya no nos quitan solo esas verdaderas libertades que falsamente enarbolan, ahora nos contagian de una cosa que mata.

Andamos apenados, sujetos a una forma de estar que no es la nuestra, limitando todo aquello de lo que hace poco más de un año disfrutábamos sin saber que eran lujos. Soportando los ERTE que nos permiten apenas pagar los gastos, entendiendo con dificultad las restricciones que nos imponen e imponiéndonos otras añadidas, por ese respeto tan poco de moda: para no sentirnos portadores del mal en la casa de nadie. Y toleramos los vídeos jocosos de los chicos listos que se fueron de fiesta a Madrid (o a la estación de esquí) para sentirnos pelín gilipollas por ser quienes sí cumplimos con las reglas.

Las reglas, las putas reglas. Semana Santa de mierda fumando un cigarrillo en el balcón de casa, con la única alegría de que este año las calles no estarán resbaladizas por la cera de los velones. La putas reglas que nadie parece entender pero que todos sabemos para lo que sirven.

Ya hemos aprendido que se puede vivir sin procesiones y sin fútbol y sin bares. Ahora nos toca aprender a soportar a quienes se mean en nosotros en nombre de su libertad. Pero esto va a ser más difícil.

El dibujo es de mi hermana Maripepa

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