sábado, diciembre 03, 2016

Española. Español.

¿Cómo de español se siente usted?
¿Muy español? ¿Mucho española? ¿Se siente tan español, tan española, como se sentiría keniata si hubiera nacido en Nairobi? ¿Canadiense si hubiera nacido en Calgary? Este orgullo patrio ¿hasta dónde cree que le puede llevar? Cuidado al responderse… Los orgullos patrios pueden llevar lejísimos.
Un numeroso grupo de españoles muy españoles ha protagonizado un boicot en las redes sociales y otros medios contra la obra de un hombre de la cultura porque osó decir que no se había sentido español ni siquiera cinco minutos de su vida. (A lo mejor lo que les jode son los bizcos).
Un numeroso grupo de personas que nacieron allá donde su madre se encontraba cuando el alumbramiento sobrevino porque, hasta dónde me alcanza la inteligencia, la nacionalidad no se escoge. A cada madre le pilla donde le pilla y, luego, debe ser que cada quién se busca sus mañas para sentirse cosas que le identifiquen con los parecidos y le alejen de los más distintos.
Yo, por ejemplo, hoy me siento de Atleti y algo griposo. Español no he conseguido sentirme. Debe ser que tampoco he dedicado ni cinco minutos del día al empeño. Y ya lo siento porque, sin duda, esto me va costar un buen puñado de lectores, con los pocos que tengo. (Me ayudará en este caso la impoluta rectitud de la mirada: yo, al menos, miro todo derecho).
Sé que soy español porque he nacido en España, me encanta mi país por cientos docenas de razones que no vienen al caso (detesto casi tantas como adoro, ahora que me acuerdo), me encuentro en casa cuando vuelvo de fuera. Hasta aquí puedo llegar. Pero ¿Me siento mejor que uno que no sea de aquí? ¿Me encuentro mejor que un norteamericano, que un sudanés, que un belga, que un portugués? ¿Tienen ellos la misma obligación de sentirse de allá de dónde sean que yo de sentirme español? ¿Acaso deberían sentirse españoles también ellos para henchir con un noble motivo su corazón ajado? ¿No les aburre ligeramente el asunto?
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Cada uno dentro de sus fronteras, sintiéndolas en las carnes, amándolas fervorosos, dando la vida por ellas. ¿Por las fronteras? ¿Por las horas de sol, la tortilla de patatas, los toros, las murallas de Ávila? ¿Por el color de pelo dominante? De verdad ¿no les aburre?
(Para no mezclar sentimientos tan nobles con otros menos elevados, obviemos en esta reflexión a tanto español españolísimo que fija su residencia o la de sus empresas allende las fronteras de la madre España —v. gr. Panamá, Suiza, Andorra, Emiratos y así hasta 33— por motivos fiscales poco confesables o simplemente fraudulentos y enarbolan la rojigualda enfebrecidos como un hooligan en día de partido cuando alguien se atreve a mentarles a la patria o sus valores.)
Me identifico con esta nacionalidad concreta porque existen Portugal, Francia, Marruecos y otros trescientos países más o menos. Si no existieran sería simplemente un señor de gafas, que es lo que me siento casi todos los días. Y lo sabría. Aunque no sé si estaría tan orgulloso como de sentirme un español. Un terrícola de gafas, orgulloso de serlo, en busca de hostilidades contra marcianos y venusinos, porque si no hay contra quién, no hace falta sentirse nada en concreto por lo que se ve.
Es irrelevante que la peli sea buena o mala. Lo que realmente importa no es la calidad de un director, el genio no está de moda. Lo que importa de verdad es su españolidad (siendo español como es), su patriotismo. Porque nosotros no vamos al cine a ver cine. Vamos a… Esto, vamos a… No sabría qué decir. Pero vean Chico y Rita. Disfruten.
El abanderado es obra de mi hermana Maripepa.

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