sábado, diciembre 10, 2016

Representantes.

No me imagino a un chico de 25 que gana en un año entre quince y veinte veces más de lo que un ser humano corriente consigue durante toda su vida laboral (haga la cuenta, se sorprenderá).
Supongo que cada uno tendrá detrás un complejísimo entramado de empresas, cada una en su especialidad, orquestada por un experto “representante” que hace muy bien su trabajo. Un “representante”, ¡qué gran cosa!
¿Se acuerda de lo que es uno de 25? Acaba de terminar en la Universidad, si la cosa le fue bien, e intenta no tener que marcharse a Alemania buscándose la vida como puede en territorio nacional. O lleva tres de experiencia en una gestoría. O trabaja con su madre en la peluquería familiar mientras hace planes con su chico barajando la hipótesis de que, en cuatro o cinco años, podrán alquilarse algo en un barrio de las afueras y empezar a vivir juntos.
Estos chicos no. Estos tienen un entrenador personal, varios abogados, un personal shopper, un ama de cría, un chalé en zona residencial privilegiada, una novia modelo de turgentes pechos, cinco coches deportivos, seguridad privada, jacuzzi individual en el vestuario de su campo (¡sí!) y una agenda apretada de entrenamientos y actos promocionales. Todo esto lo gestiona un “representante”, o eso supongo.
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Aclamado por su público, orgulloso de serlo, un futbolista.
Un equipo de avezados fiscalistas aconseja sobre las finanzas del mozuelo (compréndase que pueden superar el PIB de algunos países). Otro de asesores de imagen le peinan, le visten y aconsejan sobre qué contratos de publicidad tiene que firmar en su nombre la empresa que los gestiona. ¿Saben que alguno de estos chicos pertenece a una sociedad? Quizá no son ellos mismos, sino sus “derechos” lo que pertenece a una sociedad, gestionada por un “representante”.
Luego juegan fútbol los domingos y hacen las delicias de personas de todo sexo, edad y condición.
Los mortales discutimos con argumentos pesadísimos sobre el merecimiento o no del balón del oro, de la bota de oro, del pijama de oro. Ellos anuncian productos adictivos (como el juego), ponen su rostro en bebidas azucaradas, exhiben las marcas de sus coches, de sus pantalones, de sus zapatillas, y defraudan a la Hacienda Pública por cuantías que marean. No se puede contar todo, porque algún juez lo puede reputar inconveniente, pero defraudan por cantidades astronómicas de dinero que no se destina a la financiación de los servicios públicos. Nosotros permitimos que se conviertan en la referencia de nuestros niños y niñas, y ellos defraudan a la Hacienda Pública. Nosotros admiramos sus inmensas carreras deportivas y ellos defraudan a la Hacienda Pública.
Y a nosotros no nos importa. No hay ninguna manifestación multitudinaria en las calles exigiendo que estos niños paguen sus impuestos o que sus clubes abonen la deuda millonaria a la Seguridad Social (mientras se agota el fondo de reserva de las pensiones). A nosotros no nos importa, porque… ¿Y lo bien que le dan a la pelota?
Además, para eso está su “representante”.
El futbolista es de mi hermana Maripepa.

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