domingo, marzo 26, 2017

¿Me deja usted morirme?

(Información de servicio público: A las dos de la mañana se hicieron las tres. Sesenta minutos menos para hacer gilipolleces. ¿Adelantó usted la hora?)
A lo mejor pasa en todas las sociedades. Uno en su modestia no conoce más que la que transita y no con la profundidad que quisiera. El caso es  que esta sociedad nuestra tiene enormes dificultades en lo que toca a respetar la libertad de las personas en todo aquello que no venía ya de suyo en el siglo XVIII.
Supongo que todos los diputados que se opusieron férreamente a la llegada del divorcio, estarán ya felizmente divorciados y ni habrán pestañeado al comparecer ante la justicia en demanda de tan saludable pretensión como es la de librarse de un cónyuge no querido. Parecía que la sociedad se venía abajo, que las calles se llenarían de niños abandonados porque a ambos litigantes se les olvidaría hacerse cargo de ellos. Pero no pasó nada. Nada malo.
La completa despenalización del aborto (sin supuestos ni nada) nos trajo otro tanto. Todos sabemos seguro que aquellos ciudadanos de bien (diputados de bien si esto es conjugable) que vociferaron en contra de tamaña abominación, habían llevado a sus hijas a Londres cuando fue necesario para hacer lo necesario. Pero, una cosa es que la nena cometa un error de juventud, que se repara porque la nena va a ser ingeniera y tiene un futuro brillante en la sociedad, y otra bien distinta que todas las golfas del país anden por ahí abortando y abortando. Predijeron que aparecerían fetos muertos por todas las esquinas del país… Pero no pasó nada. Quien responsablemente decide interrumpir su embarazo va y lo interrumpe. Y aquí paz y después gloria.
Luego vino el matrimonio gay. ¡Qué aberración! Sin duda pensaron que iba a ser obligatorio y que todos los curas abusadores iban a tener que casarse con sus víctimas, pero no. Era solo para aquellas personas que libremente quisieran contraer matrimonio, independientemente del sexo de los contrayentes. Solo para quien le diera la gana. Y tampoco ha pasado nada. Nada, salvo que se han igualado derechos que es lo que a la sociedad tanto parece rechinar. Conviene recordar que España se puso a la vanguardia del mundo en este aspecto y que el ejemplo fue muy aplaudido y emulado por la comunidad internacional de todas las tendencias sexuales.
Y ahora viene la muerte digna. La eutanasia, el suicidio asistido.
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Un señor muy malito que, a lo mejor, quiere dejarlo ya.
¿Qué pasa?
¿De verdad alguien distinto de yo mismo debe decidir hasta qué momento se debe prolongar mi propio sufrimiento? ¿Un médico? ¿Un cura? ¿Un pastor protestante? ¿El psicólogo interino del equipo multidisciplinar de un centro de salud?
Debe ser que algunos médicos no han comprendido aún que solo son médicos. Que está muy bien, que yo qué más quisiera, pero que solo son médicos y esto no les dota de ningún poder extraterrenal  sobre la vida y la muerte de su prójimo. Son médicos. Y ayudar a bien morir debería estar en su formación curricular del mismo modo que lo está aprender a sanar la enfermedad. Que esa obstinación terapéutica de la que con tanta frecuencia hacen gala genera terror. Lo genera en los pacientes y, además, en todo el entorno familiar que sufre horrorizado la larga enfermedad de la persona a la que ven degradarse hasta quedar convertida casi en nada.
¿Y los políticos? ¡Los hay que no son ni médicos siquiera! ¿Son los políticos los que tienen esa potestad extrema de decidir sobre cuándo se muere? ¿Sobre cuánto se vive?
Son ellos.
La abstención de PSOE (avergonzado) y Ciudadanos y el voto en contra del PP que, enorme, ha defendido que la eutanasia es lo mismo que la esclavitud (¿?), han dado al traste esta semana con la proposición de Ley Orgánica sobre la Eutanasia que presentaba Podemos. ¿Por qué? Porque hay que pensarlo mejor, porque el sistema sanitario no está maduro aunque la sociedad lo esté, porque se impone abrir-un-debate-inclusivo-de-todos-los-sectores-afectados-y-sus-diferentes-sensibilidades-que-permita-sentar-las-bases-que-definan-el-futuro-de-los-derechos-que-son-inherentes-al-ser-humano-al-final-de-la-vida, porque matar está feísimo, porque… Porque no nos da la gana respetar la libertad de decidir de las personas.
Sí: también la de decidir cada uno sobre su propia muerte.
El dibujo del señor en estado terminal es de mi hermana Maripepa.

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