domingo, abril 02, 2017

Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.

Así se despedía cada noche Michael Caine de los niños del orfanato que regentaba en “Las normas de la casa de la sidra”. Peliculón.
Y eso hemos hecho de nuestros niños los papás. Verdaderos príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.
De nuestros niños, porque las niñas hacen ballet o natación sincronizada y de eso prácticamente no se habla en casa.
Pero nuestros príncipes juegan fútbol. Y eso sí que es un motivo de orgullo paterno.
Puede que el entrenador sea imbécil y lo haya puesto de defensa, pero ya comprenderá que el verdadero Neymar del equipo, el Lewandowski real, no es otro más que el nene. Ahora bien, una cosa es que el míster no se entere bien, y otra muy distinta que el hijoputa del árbitro —un héroe de 18 o 20 que dedica sus domingos a pitar partidos poniendo en juego su integridad física—, le señale un penalti injusto (será injusto de todos modos) o le saque una tarjeta roja (que también será indefectiblemente injusta). Ah, no, no. Entonces, a hostias. O que el delantero del equipo rival, que ni juega al fútbol ni tiene idea de lo que vale un peine, le meta una patada en su espinillita tierna. Entonces… a hostias también.
Porque ¿a qué vamos los papás a los partidos de los nenes? Pues ¡a qué va a ser! A protegerlos de todo mal. A que sepan que lo pueden todo y que, lo que no pueden, aquí está papá para que lo puedan también. Que solo ellos tienen la razón y la verdad. Que son los príncipes de la casa, los reyes de Nueva Inglaterra (y del mambo).
Y papá está dispuesto a todo. A-to-do.
20170401_220227
Unos papás que están trasladando el espectáculo a la grada.
Incluso a dar el más patético de los ejemplos liándose a mamporros con el papá del otro niño, con el árbitro o con el sursum corda. A demostrar que puede ser tan animal como el que más, que es el puto amo y que defenderá sus razones con los puños, con los dientes, como cuando Urk era el jefe de la tribu porque tenía el garrote más grande que los demás.
Es el homo defensorus, el homo aquí estoy yo con dos cojones dispuesto a matar para que el nene brille. Es el homo necius. Papás y eventualmente mamás, integrantes de un clan cavernario, ridículo y peligroso que se despierta los domingos a la hora del partido y de alguna forma milagrosa vuelve a la hora del té al siglo XXI sin avergonzarse de haber recorrido ciento sesenta y cinco mil años de involución en su intelecto. Y los hijos, orgullosos de sus papás, repetirán el modelo cuando sean ellos los que lleven al partido a sus lebreles. Y las niñas a ballet.
A lo mejor para entonces, estos espectáculos de macho hispánicus están tan penados como contar chistes de Carrero Blanco (más de un año de prisión y siete de inhabilitación a una tuitera por la cosa de los chistes de Carrero: un ejemplo de virtud). Y entonces todos estos hombretones, mujeronas, estarán entre rejas y los niños podrán vivir una vida digna, alejados de las demostraciones de sabiduría de sus papás y sin que nadie se líe a hostias con nadie en su nombre.
Amigo papá, querida mamá, vaya al gimnasio, monte en bici, descargue su adrenalina mal consumida contra Zapatero como hacemos todos, pero no monte estos líos. Al menos no en nombre de su hijo. ¿No ve que alguien se puede dar cuenta de que es usted quien realmente es?
Y el dibujo de los papás incívicos es de mi hermana Maripepa.

No hay comentarios: