domingo, junio 25, 2017

Metamorfosis urbana.

Si usted piensa en un alcalde con “a” grande de los que han pasado por España desde la democracia y tiene edad suficiente para recordarlo, probablemente se le vendrá enseguida a la cabeza Enrique Tierno Galván.

Si en un ejercicio de estos de asociación rápida de palabras le dicen “Ana Botella”, probablemente lo primero que se le ocurra sea “bochorno”.

El alcalde, la alcaldesa, de una gran ciudad es una persona singular, que adquiere con el bastón de mando una responsabilidad tan enorme como la de hacer de la ciudad un espacio amable para los vecinos, un proyecto en el que creer. Solo se le exige un requisito: tener un modelo de convivencia en la cabeza. Una idea de qué quiere hacer de la urbe en los cuatro años que tiene por delante para gobernarla. Qué hacer de la urbe, no en la urbe, que eso se nos puede ocurrir a cualquiera.

El ámbito rural tiene otros requerimientos. El alcalde, la alcaldesa, de un pequeño municipio tiene la misma responsabilidad, pero ha de acopiar más requisitos: el conocimiento directo de la ciudadanía, la comprensión de los sistemas de abastecimiento de agua o alumbrado público, la capacidad de gestionar en directo a los empleados municipales. Esta es otra cuestión. Muy otra. Da para otra reflexión.

Enrique Tierno Galván era politólogo, sociólogo y filósofo. Era bonachón, gran comunicador y comprendedor de la idiosincrasia madrileña, cuyo hecho diferencial consiste en la ausencia de hecho diferencial. Y no gestionaba. No gestionaba. Pensaba. Y muy bien. Por detrás tenía una compleja organización política liderada por Juan Barranco, de quién ignoramos si tenía  o no un modelo de ciudad en la cabeza porque el rato que fue alcalde, a la muerte de Tierno, no dejó opción y después nunca supo ganar unas elecciones en Madrid. Gestionaba. Barranco y la enorme organización política en la que se apoyaba gestionaban. Tierno Galván tenía un modelo de convivencia en la cabeza y transformó Madrid en un momento crucial de la historia de España.

Pascual Maragall fue el gran alcalde de Barcelona. Otro gran hombre, su hermano Ernest, se ocupaba de la cocina del consistorio, a la cabeza de la organización que tenía por oficio el de dar salida a aquello que se dieron en llamar las “maragalladas”. Siempre de habló de las maragalladas en tono peyorativo cuando, en realidad, eran las ocurrencias de un hombre genial que, cuando hablaba de Barcelona, hablaba del arco mediterráneo y de la implicación de la ciudad en su contexto geo-político-económico. Del papel de la ciudad en el ambicioso círculo de las grandes ciudades de Europa, al que Barcelona pertenece por derecho propio. Maragall transformó Barcelona hasta ponerla en los puestos de cabeza de esa red y la puso mirando al Mediterráneo.

20170624_235451.jpgManuela Carmena es, en mi opinión, una de las políticas más serias, formadas, inteligentes, capaces, del panorama español, ya busquemos en el ámbito municipal, autonómico o estatal.

¿Por qué, entonces, el único gran proyecto del que tenemos noticia en Madrid es la minoración de la deuda? ¿Por qué no conocemos su modelo de ciudad más allá del incremento del gasto social o el empeño por la calidad del aire (ambos fantásticos)? ¿Por qué la única gran infraestructura de la que estamos hablando es una tibia remodelación de la Gran Vía? ¿Por qué no se emplea el dinero presupuestado más que en un 60%, si es que se llega? La gran pregunta es: ¿quién dirige la ciudad mientras Manuela Carmena la imagina y la diseña?

¿Qué está sucediendo con esas fantásticas figuras políticas nacidas del empuje de la gente, como Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, de la que solo conocemos su lucha por ordenar el turismo en la ciudad (enorme, por cierto) y por remunicipalizar servicios públicos entregados a manos privadas por anteriores corporaciones? ¿No parece poco?

¿En quién se apoyan? ¿Quién, además de los votantes en los próximos comicios, tutela sus movimientos? ¿Quién aconseja sus decisiones, les ayuda a formar criterio sobre los grandes problemas urbanos? ¿Quién está diseñando la metamorfosis de las ciudades? Se producirá de todos modos, pero sin concierto aparente y, desde luego, sin beneficio para las personas que la habitan, si alguien no la ordena. Porque casi todo lo que pasa solo pasa para mal y en beneficio de muy pocos. Y todo el vacío que deja la política, que piensa en todos, lo ocupan otros con objetivos bastante más concretos y no siempre confesables.

Transparencia, honestidad, cercanía, credibilidad, son atributos de la política. Siempre debieron acompañar a la política y la “nueva política” los reivindica, abandera y ejemplifica. Pero no son la política.

Reducir la deuda seguramente importa muchísimo en términos macroeconómicos. En Bruselas deben estar encantados con nosotros. Pero no mejora un ápice la vida de las personas. Es un ejercicio de responsabilidad, sin duda, pero no es la aspiración de los ciudadanos, no es aquello que ilusionó a los votantes para dar un vuelco en el gobierno de sus ciudades. Falta el diseño de las políticas y la gestión de las cosas públicas. El tedioso ejercicio de convertir las ocurrencias en ideas y las ideas en proyectos tangibles que los ciudadanos valoren a pesar de las incomodidades que se producen por la ejecución de las obras.

La metamorfosis urbana se imagina desde el pensamiento político. La gestión de lo público materializa, hace verdad las ideas. El proyecto de ciudad ilusiona, convence, se interioriza por sus habitantes que se sienten identificados con lo que está sucediendo en sus calles. Y ahora no está.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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