domingo, abril 15, 2018

Barcos de guerra



El Príncipe Heredero de Arabia Saudí viene a España y se hace pública su intención de negociar un contrato para la construcción por Navantia de cinco corbetas “Avante 2200”.

La ONG se ponen en pie de guerra y piden por todos los medios a su alcance que el contrato se paralice. Que no se le vendan armas de guerra a un país del que se pueda sospechar que va a usarlas para vulnerar los derechos humanos o para emprender acciones bélicas contrarias a los tratados internacionales.

Rafael Hernando, que no es un tipo listo (ni discreto), se enfrenta a ellas diciendo algo así como que todas estas ONG que se oponen al encargo y viven de los impuestos de los españoles deberían contratar a las personas que dependen de él.

El negocio de las armas nos repele a todos (menos a Rafael Hernando). Sirven para matar las venda quién las venda. Lo que pasa es que, según quién las compre, intuimos que las usará para matar mejor o peor (si se puede diferenciar entre matar mal o bien).

Nadie tiene dudas de que el naval constituye uno de los sectores estratégicos más importantes de España, que carece de otra industria pesada desde que Aznar decidiera venderle la gran ENSIDESA a un coleguita en plena fiebre privatizadora.

En el sector naval militar solo otras siete u ocho empresas compiten con la española Navantia en todo el mundo. Es un sector altísimamente especializado, complejo y lo representa una empresa pública que, entre Ferrol, Cádiz y Cartagena emplea a 5.500 trabajadores y generó en 2010 en torno a 38.000 empleos entre directos e indirectos.

20180415_011822.jpgDe otro lado, las relaciones comerciales entre España y Arabia Saudí pasan por los contratos petrolíferos y los de infraestructuras ferroviarias, unos hacia acá y otros hacia allá. Este de los barcos podría suponer unos 2.000 millones. Fomento está identificando oportunidades por 32.000 millones más en contratos para los próximos 10 años.

A lo mejor estas cifras son las que hacen que tengamos tan buen concepto de essa gran nación y otro mucho peor sobre, por ejemplo, Venezuela, que no sabemos que esté escabechando ningún país cercano, pero cuyas cifras de negocio con España no alcanzan, ni con mucho, estas magnitudes. En cualquier caso, también a Venezuela le vendemos armas.

La lista de países a los que exportamos material de guerra es larga y la legislación que controla este negocio laxa porque, si bien es cierto que exige como condición que el comprador certifique que no las va a usar para hacer con ellas cosas feas (usarlas para vulnerar los derechos humanos o para emprender acciones bélicas contrarias a los tratados internacionales), también lo es que la autorización de la venta se firma en un acta secreta en el seno de una comisión interministerial de la que poco o nada se sabe.

Al final, por resumir, los extremos del debate parecen ser dos:

Uno, que Arabia Saudí no es una democracia. Ni se parece. Su actividad bélica en Yemen en la actualidad está horrorizando al mundo.

El otro que España vende armas. Y no pocas. Y que son para matar.

Y la conclusión es difícil.

Podríamos dejar de vender armas. Nadie duda de la turbiedad de este negocio. Luego vemos cómo estabilizamos la balanza comercial,  como reconvertimos esta industria, o cómo nos proveemos de las necesarias (si es que es necesario proveerse de armas), porque tendríamos que dejar caer nuestra industria naval militar: los encargos de la Armada Española no alcanzarían ni con mucho para mantener el sector, mucho menos en un nivel tecnológico puntero, como es el caso.

También podemos, solo, dejar de vender armas a los “malos”, como así se exige en los tratados internacionales y en la legislación europea y española. Ahora tocaría que listáramos el censo de “malos”. Pero elijamos antes con mucho cuidado a quien haya de determinarlos, por si no pensáramos todos lo mismo y cada cual se pudiera construir su propio “eje del mal”. De paso, podríamos poner un punto de transparencia en estas decisiones y en los currículos de quienes las toman, no sea que la cosa sea más turbia de lo que parece. Curiosamente, Arabia Saudita no está en lista alguna que le impida este tipo de compras. A saber por qué.

También podemos romper las relaciones comerciales y diplomáticas con Arabia Saudí (decisión que, sin duda, sería muy celebrada entre otros por mí). Entiéndase que dejamos también de construirles infraestructuras de “alta velocidad” o de comprarles el petróleo con el que echamos gasolina a nuestros coches y encendemos la calefacción.

En mi opinión, lo que no se puede hacer es, solo, dejar de venderle cinco corbetas “Avante 2200” a Arabia Saudita. Sirva de aclaración que la corbeta se destina habitualmente a la vigilancia y protección de las aguas territoriales, que no suele desplegarse a escenarios alejados del país en acciones de guerra, a pesar de que lleva un cañón en la proa que la diferencia claramente de un barco de recreo.

Esta manía de buscar (y a menudo encontrar) soluciones fáciles a problemas tan complejos, conduce directamente a la melancolía. La geopolítica es una disciplina que exige de cierto conocimiento global sobre las cosas del mundo, amén de algún entrenamiento y sobre la que, para hacer criterio, se precisa de mucha información.

Opinar sobre todas las cosas es bien fácil y ahora también lo es propagar nuestra opinión a los cuatro vientos, pero valore que le vendemos armas para la guerra a regímenes de los que ni usted ni yo nos enorgulleceríamos. Es solo que, como no lo sabemos, no ponemos el grito en el cielo por ello.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.
Los datos técnicos sobre la industria naval militar, de mi amiga Montse, que es de Ferrol.

No hay comentarios: