domingo, marzo 17, 2019

Cosas que importan

Otras veces eran los estudiantes los que con sus protestas, manifestaciones, algaradas, influían o intentaban influir en el devenir de los pueblos, condicionaban las decisiones políticas, impulsaban los avances. La sociedad, como individuo universal, los respetaba, los escuchaba, los alentaba, se solidarizaba con sus reivindicaciones.
Las protestas estudiantiles conformaron el mayo francés y la resistencia antifranquista no organizada, por ejemplo. Chicos barbudos, leídos, intransigentes, dueños de una verdad que estaban dispuestos a defender contra viento y marea.
Hoy se crece más despacio.
Los estudiantes se nos antojan niños sin opinión a los que escuchan mamás y papás en su reivindicación sempiterna sobre la paga del domingo. A lo sumo, se los ve en las manifestaciones organizadas contra las reformas del sistema educativo que, como han sido tantas y tan nefastas en su conjunto, les han dado repetidas ocasiones para manifestar su protesta. Y poco más.
Quienes toman las calles ahora son los ‘indepes’, los chalecos amarillos, los empleados de grandes empresas en procesos de regulación de empleo, los españoles muy españoles que claman por su dios, por su patria, por su rey. Los estudiantes o no están o vienen con papá y mama vestiditos de domingo.
Sin embargo (¡oh prodigo!) están. Y sin embargo (como hubiera dicho Galileo), se mueven.
Les importa aparentemente un huevo el aforamiento de los cargos públicos o la inversión en I+D+I; no les preocupan las cifras de crecimiento económico ni que este sea negativo; no reaccionan ante la reforma del mercado laboral, ante el derrumbe del sistema de pensiones, ni ante la regresión social que parece pretender algún sector de la política.
Les importa el futuro. El de verdad. Les importa el planeta.
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El 15 de marzo de este 2019 los estudiantes del mundo entero han tomado las calles. No ha hecho falta, como antes tampoco la hacía, la convocatoria de las organizaciones sindicales o políticas, gubernamentales o no. Ha sido con la única llamada de una niña de 16 más bien flacucha, para gritar algo tan sencillo, tan drástico: ‘ni un grado más; ni una especie menos’.
Luego se harán mayores y las cifras del paro o el precio de la vivienda de alquiler se convertirán en su obsesión. Ahora son solo estudiantes, viven en casa al abrigo amable del entorno familiar y su compromiso no es ni con la patria ni con el entorno inmediato de su vecindario. Su compromiso es infinitamente más agónico: es con la tierra.
‘Ni un grado más; ni una especie menos’.
Hagan algo de una vez gritan: el planeta se muere, no hay plan(eta) ‘b’ y ellos, al parecer solo ellos, lo saben.
Los estudiantes han vuelto a la calle. La cosa tiene arreglo.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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