domingo, diciembre 15, 2019

Grande, BoJo

Nada nuevo en realidad.
Desde que Enrique VIII allá por el año 1534 decidiera separar su destino del de la Iglesia de Roma, declarando la independencia de Inglaterra de cualquier poder (terreno o divino) que no fuera el suyo propio, los ingleses buscan y pelean por la supremacía política, espiritual, económica o social, evitando cualquier sometimiento a norma alguna que no provenga de su propia soberanía.
Esto podría ser hasta envidiable si el mundo no fuera un lugar interconexionado por millones de nodos que suscitan a su vez millones de intereses cruzados, coexistiendo en la misma dimensión espacio temporal en cuyo centro neurálgico debería estar el ser humano (a pesar de que esto jamás fuera así).
A esta pasión supremacista ya atávica que empezó por un ’quítame allá esa anulación matrimonial’ y ha terminado por empujar a los ciudadanos del  Reino Unido a votar mayoritariamente a favor de su salida de la Unión Europea (el Brexit famoso este), se han unido en las últimas elecciones los modernos vientos que barren el planeta en favor de los machotes.
Lo político se desvanece. La política, en sí, se desvanece.
Se diría que el personal, harto de comerse la cabeza con intrincadas disyuntivas entre la prevalencia de la justicia sobre la libertad, o viceversa, la primacía entre lo público y lo privado, la significación de los servicios públicos sobre lo que la empresa es capaz de poner a disposición de la ciudadanía, ha decidido dejar de pensar y abandonarse a la molicie, optando por estos personajes de opereta que, carentes un discurso intelectual lejanamente aceptable, prometen (las vayan a cumplir o no) cosas inmensas en un lenguaje simplón que a todo el mundo alcanza. Prometen, sin ir más lejos, patrias, banderas, himnos, orgullos nacionales, unidades de destino en lo universal. Prometen recuperar la autoridad perdida, el orden moral en quiebra, el mando. Lo prometen como si fuera a ser para ti, como si fuera a ser uno mismo el dueño futuro de su propio destino.
Y les funciona. ¡Vaya que si les funciona!
20191214_235929Ahí está Boris Johnson, una unidad de destino en lo universal en sí mismo,  arrasando literalmente en unas elecciones con todo su discurso comprimido en la palabra ‘Brexit’ y, eso sí, con toda la pinta de irlo a hacer posible con un par.
Su primo rubio del oeste (del norte), el dicharachero presidente de los Estados Unidos de América (del norte), eufórico ante la noticia. Los machotes estamos de moda, se dice, y felicita con ardor al vencedor haciendo votos por ventajosísimos acuerdos comerciales que, ahora sí, y no con la rémora encima de la vieja Europa, serán posibles entre las dos potencias.
Su primo moreno del oeste (del sur), Jair Bolsonaro, también eufórico, ya clama por una alianza más sólida con el nuevo Reino (un poco más desunido) que supone grande y libre con el sólido liderazgo del gran hombre.
Ahí están, machos, fuertes, comunicadores virales, lanzando soflamas sin contenido político alguno, diseñadas para atacar directamente la fibra irracional de sus electores.
Boris Johnson ha dejado de ser el ‘payaso’ del vodevil del Brexit (como así se le conocía por el mundillo político británico) para convertirse en el presidente electo del Reino Unido, con el respaldo abrumador de los ciudadanos británicos.
Todos ellos no pueden estar equivocados. Ni los estadounidenses, ni los brasileños.
Así que no hay más remedio que asumirlo: El equivocado soy yo.
Cuando el mundo sea como quieren que sea los que aciertan, estaremos llegando demasiado tarde a demasiadas cosas. Son todas esas cosas que creíamos seguras y que han resultado tan frágiles: la igualdad de oportunidades, los derechos individuales, la europeidad,  la justicia social, la solidaridad entre los países…
Hemos decidido dejar de pensar y poner nuestros destinos en manos de quienes más alto vociferan. Y yo, que me equivoco, estoy seguro de que lo vamos a pagar. Y muy caro.
El dibujo es de mi hermana Maripepa

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