domingo, diciembre 29, 2019

Y Nochevieja

—¿Has preparado la lubina?
—Está en el horno, pesada.
—¿Y las uvas?
—¡Que sii!
—Deben estar a punto de llegar. ¿Nos vestimos ya?
No puede faltar nada.
Ya lo sé. Damos risa. Es un día másEstar contento no puede ser obligatorio. Se sabe todos los tópicos. Esto se le va a llenar de gente con la que querría no haber tenido nada que ver nunca. Además ¿qué motivo hay para celebrar? ¿Que se acaba otro año de mierda? ¿Que se  terminan las fiestas, o casi? ¿Que ha cogido cuatro kilos desde el día 24? No lo ve. No va a reconocer que está nerviosa porque todo salga bien.
Hace casi treinta años que monta en su casa esta fiesta absurda, a la espera (en los últimos 5) de que no sé qué señora se quite la funda que guarda el secreto de su vestido cada vez más escueto y las campanadas de la Puerta del Sol indiquen que se puede descorchar la botella de sidra espumosa a la que llaman, por el eufemismo, champán.  Las putas uvas con las que el  Izan —el chico de la mayor— se atragantó hace dos años y nos dio un disgusto de muerte, están dispuestas sobre la mesita baja del tresillo en sus pozalitos de cartón del ‘chino’. Román se ha puesto corbata (la misma que el año pasado, porque no tiene más que esa); cree que así la fiesta es como ‘de vestir’, a pesar de que la lubina es de criadero y no de aquellas salvajes que siguen costando un riñón.
Ha sacado el de dejar de fumar de la lista de encargos para el año que viene. El de ser feliz nunca lo llevó, porque no sabe que ser feliz es posible o se le antoja tan lejano que total, pa’ qué. Tampoco se ha planteado dejar de tocarle los cojones a las cuñadas (lo sé, lo sé, las cuñadas lo que tienen son ovarios, y bien gordos la del de en medio), ni sacar al suegro de la residencia por unos días, aunque bien es posible que sea la última Nochevieja que transite en el mundo de los vivos. Sus bisnietos apenas saben de él. No lo van a echar de menos.
Los invitados ya se han sentado. Subrayo: sentado, porque bien sabe que no se van a levantar a ayudar en nada durante toda la cena. Solo van a mover el culo para pasar de la silla al sofá y, además, la cursi insoportable de la mujer de su primo (que nunca sabe por qué mierda se apunta) le va a quitar su esquina del tresillo, a pesar de que sabe de sobra que es su sitio preferido. Paquito sigue eructando en la mesa y sus hijos celebrándolo como si realmente les siguiera haciendo gracia. No lo soporta. No le soporta.
Sin embargo es Nochevieja. Román está hasta guapo de corbata por más que el traje se le quedara pequeño allá por la década de los noventa. Los chicos siempre vienen a cenar y usted sabe que le da alegría que vengan con los niños tan guapos; ni siquiera le importa que el Izan a veces se la líe con las uvas. Y la Pedroche no está tan mal (la guarra) así, casi como su madre la trajo al mundo… Es Nochevieja. Ninguno de sus cuñados ha votado Vox… todo es salvable.
Da igual que sea una excusa. Incluso no importa mucho que no se lleven todo lo bien que aparentan. Conceda. Apacigüe el rictus.
20191229_010407Seguramente cada uno de sus invitados ha torcido el gesto al tenerse que vestir para esta cena. Pero sabe que ninguno de ellos entendería el año nuevo  sin levantarse al terminar las campanadas, todavía masticando las últimas uvas, para besar uno a uno (la mujer de su primo incluida) a toda la familia y felicitarla.
No se entiende bien pero ¿qué se entiende bien en estos tiempos tan raros?
Mi hermana Maripepa (la del dibujo) y yo mismo te deseamos MUY FELIZ AÑO NUEVO

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