domingo, diciembre 01, 2019

No despreciarás a las señoras tiroteadas por sus cuñados (escribir cien veces)

Paquito Ortega Smith es un niño maleducado. No le pasa otra cosa.
No es un enfant terrible, ni un provocador, ni un inconformista; acaso sí un fascista (por toda la pinta que tiene). Es simplemente un niño maleducado.
Lástima de colegios de pago que le procuraron sus papás; lástima de Universidad Pontificia de Comillas (carísima) a la que le llevaron a hacer la carrera; lástima de fichaje estrella de los cachorros de Vox; lástima de personajillo para la política.
Este no es un tiempo fácil. No nos hacen ninguna falta mierdecillas malcriados intentando romper las cosas de los mayores. Uno tiene derecho a hacer el ridículo tanto como desee, no faltaba más, pero no cuando se trata de las cosas de los mayores. No en política.
Supongo que el tal Ortega (seguramente Paquito para los más allegados) llega todos los días a casa con la sonrisa de media baba del que acaba de hacer algo malo sin que haya tenido que hacer frente a las consecuencias. Esa sensación a la que nadie es ajeno, pero que suele dejar de complacer a los doce años, edad intelectual que conviene superar antes de ofrecerse para administrar la cosas públicas.
Paquito Ortega es un niño maleducado.
Repasando el devenir de nuestra propia historia (me refiero a la de la que ya hemos pasado de los cincuenta) recordamos que las bravuconadas que tanto hacían reír a los mayores a los nueve, dejaron de hacerles gracia a los trece, a los catorce a lo sumo. Y en algún caso nos costaron una bronca, ya a los quince, si nuestro proceso de maduración fue tardío.
Porque a los quince ya sabíamos, pobre Paquito, que el respeto a los mayores (a los demás en general y a los mayores en particular) es la regla que ordena el comportamiento humano y nos convierte en seres sociales.
20191201_020553Paquito, pobre, no lo sabe. Y como le han prestado un altavoz de concejal, otro de diputado al Congreso y otro más de secretario general de un partido xenófobo, pues dice gilipolleces todo el tiempo, como un niño sin educar pero ya con cincuenta y tantos. Y luego, cuando una persona mayor, una que se ha llevado dos tiros en el pecho que la han dejado en una silla de ruedas por la gracia de esa violencia machista que el tonto de Paquito aún no ha descubierto,  cuando una persona mayor, decía, le increpa, Paquito no se digna a mirarla a la cara. Puede ser porque se trata de una mujer, extranjera, víctima de terrorismo machista y pobre.  También puede ser porque le da vergüenza su propia memez, pero esto es menos probable, porque a los niños maleducados, vergüenza, lo que se dice vergüenza, no les sobra. Así que debe ser porque se trata de una mujer, extranjera, víctima de terrorismo machista y pobre.
A Paquito, pobre, le han tenido que reprobar en el Pleno del Ayuntamiento, porque los mayores saben que con la violencia machista y con la educación los concejales no tienen que jugar. Pero le importa un bledo. Y cuando le preguntan por esa vergüenza pública que supone la reprobación del Pleno, él lo dice: ‘me importa un bledo’ (como la democracia misma, añado yo): es a lo más que ha llegado su esmerada educación cristiana. Su juguete era el consenso político acerca de algo tan lacerante como la violencia machista y él, con sus amiguitos, lo ha roto. ¡Y se hace pipí de la risa! Le importa un bledo.
Mil perdones por haberte robado este tiempo tan valioso hablando de este imbécil: es tanta la lástima que me produce y son tantos los diputados que se recogen sembrando esta estulticia, que no he podido por menos que compartirla contigo. Están rompiendo cosas con las que no se juega. Y se mean de la risa, oye. Se mean.
Prometo escribir de algo más serio en la próxima ocasión. Pero no los perdamos de vista. Rompen cosas que no hay que romper. ¡…juguetones!
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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