domingo, enero 29, 2017

Curas, banqueros y leyes.

Uno, si es cura, puede decir tranquilamente que zurdos y pelirrojos son “criaturas de Satán”, sin que nadie pretenda pedirle cuatro años de cárcel por aquello de fomentar, promover o incitar “directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo (…), por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar (…), su origen nacional, su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género, enfermedad o discapacidad”.
Tampoco le aplicarán ese mismo artículo del Código Penal al clérigo que justifique la violencia de género contra mujeres divorciadas, ni al que denoste la homosexualidad o se mofe de la igualdad entre hombres y mujeres con el fin de vituperar esto que han venido en llamar la peligrosa “teoría del género” (Francisco dixit).
Otra cosa es que no seas cura.

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Un cura y un banquero en su medio natural.

Si no fueras cura y contaras, un poner, un chiste sobre Carrero Blanco (este al que un atentado hizo saltar en coche por la tapia de un convento y dio tanto que hablar), la cosa podría ser bien otra: el fiscal podría pedirte dos años y seis meses.
Ser banquero tampoco está mal.
Estafar algunos cientos de millones y luego ponerse indemnizaciones por casi diecinueve más en concepto de auto despido: dos añitos. Comprar pañales y algo de comer con una tarjeta que no era tuya, un año y nueve meses por falsedad en documento mercantil y otros seis meses más por estafa (que al avieso fiscal no se le escapaba una): en total dos años y tres meses.
Ser político… depende.
Si lo que fueras es, por ejemplo, concejal (de izquierdas) y se te hubiera ocurrido contar chistes de judíos (de pésimo gusto por cierto) cuando, siendo una persona anónima, tuiteabas gilipolleces a tu grupo de quince seguidores, te podría ir igualmente mal. Al final lo mismo te libras, pero te abren la causa unas cuantas veces, por si acaso. Otra cosa es a quienes, enarbolando la bandera de la justicia infinita (de la Universal ni hablamos), rebuscan en tu historial cibernético y retuitean aquellos chistes malos a sus millones de followers dándoles, ahora sí, una difusión brutal: porque a estos el traído y llevado Código Penal les aplica de otro modo (como… más laxo) y nadie se preocupa por instruirles un quítame allá ese procesillo.
Tampoco será ninguna cosa especialmente mala, si le pones una calle a Pepe el del bar de Pepe (este de lo alto de Despeñaperros que rinde sentido homenaje a la parte más negra de nuestra historia reciente), porque el franquismo no es cosa delictiva enaltecerlo. Quizás unos miles de personas se sientan ofendidas, pero ¿importa eso al Código Penal? ¿A la paz jurídica?
¿Se trata de la aplicación justa y ecuánime de nuestras normas penales? Seguro que sí (¿quién dudaría de ello en público exponiéndose a a saber qué penas?). ¿Soporta el sentido común tantísima aberración? ¡Qué sabe uno! A lo mejor sí.
Podría parecer que nuestras leyes solo nos protegen de las tropelías que incomodan a los que tuvieron la encomienda de escribirlas. Como si les faltara una parte. Como si tuviera que haber otro tomo, escrito ya por nosotros, que nos protegiera de las tropelías que cometen los que dictaron las que hay. Uno que no permitiera que el presidente del Gobierno de España, por poner un caso, fiara a la lluvia el precio de la luz, o que el de los Estados Unidos, por mentar otro ejemplo, considerara la tortura como una práctica admisible  si se administra con esmero. Uno así. Que mandara a la cárcel a la gente muy mala, aunque fueran muy ricos y muy poderosos, no sé si me explico.
Ahora bien, concretando: ¿Es usted cura? ¿Es banquero? ¿Poderoso? ¿Es lo suficientemente de derechas? ¿No? Pues… cuidadito: En este país hay leyes que cumplir.
El dibujo es de mi hermana Maripepa.

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